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miércoles, 7 de diciembre de 2016

Carta a mis alumnos

Estimados alumnos:

Hace poco menos de un mes se cumplió un año desde que trabajo en el Centro de Aprendizaje (o más conocido como "Instituto") de Quinta Galli, en Avellaneda.

Pocos saben que tengo 20 años, que no tengo un título universitario, que mis estudios no se basan ni pienso basarlos en las materias que doy allí, que tanto alumnos como padres depositan su confianza en una persona no experta en su profesión, pero tampoco saben el significado que todo esto tiene para mí o de mi dedicación.

Los primeros días fueron puro nervios, y con el tiempo la costumbre y la experiencia se hicieron allegados y empecé a desempeñarme muchísimo mejor en todo, pero no queda ahí. Como dije, no soy un experimentado y lamentablemente para ustedes tampoco quiero serlo, por lo menos no ahora.
Mi esfuerzo no está centrado solamente en crecer para mí mismo, porque con 20 años tengo la esperanza y la seguridad de que tanto la experiencia o conocimiento, como también la sabiduría y la madurez van a llegar inevitablemente. Mi esfuerzo laboral está totalmente enfocado en ustedes, porque es de ustedes que espero que mi esfuerzo de fruto, porque con mi esfuerzo quiero devolverles el esfuerzo que ustedes hacen al ir y estudiar, como al de sus padres al pagar las clases (que siempre aumentan y aumentarán).


En un período tan corto y tan joven como lo es un año, ustedes me ayudaron a crecer, son parte del proceso.
Habiendo egresado hace pocos años, habiendo pasado por tantos profesores, por tantos métodos de enseñanza y por tantas buenas normas que me quedaron hoy puedo decir que ser profesor es un trabajo hermosísimo del cual uno merece estar orgulloso y más.


Al fin y al cabo, por más de que pinten ganas de hacer papel de vago en el secundario y de no darle bola a los profesores, háganme caso y tengan una pequeña reserva para, por lo menos, prestar un oído y aprender de las cagadas a pedos o palabras de apoyo de sus profesores actuales. Porque a mí me hicieron mucho eco y es el recuerdo académico que siempre voy a atesorar.

Enseñar no solo es un trabajo, porque es más una responsabilidad. Es dedicación, es esfuerzo y es un regalo magnífico. Un particular no es lo mismo que un maestro o profesor del colegio con el cual se convive día a día, pero sepan disculpar si quien les escribe, siente un poco de afecto hacia ustedes, porque a veces los día a día pasan tan rápido que tener una clase por semana con cualquiera de ustedes se hace rutina y costumbre.
Es cierto que yo no sea un amigo suyo, también es normal que no me vean allegado a ustedes por X motivo, pero aún así me esfuerzo alegremente de tratar de sacarles por lo menos una sonrisa cada hora.

Se que algunos más que otros se sentirán felices, satisfechos o mismo se sientan completos con el tiempo que estuvieron conmigo. Eso queda más en ustedes. Pero por mi parte, tengan por sabido un par de cosas:

  • Siempre voy a disponerme a ustedes y a sus necesidades, que me voy a esforzar por ustedes y por su ritmo;
  • siempre tengan la tranquilidad de hablar conmigo de cualquier tema ya sea académico o lo que sea, que si ustedes lo desean puedo ser más que un profesor; 
  • sepan que la mitad de mi trabajo es verlos bien y la otra es ser responsable de que se vayan sabiendo las cosas, que no trabajo solo por plata;
  • sepan que soy muy diferente a cualquier política o gestión del Instituto;
  • entiendan que trasciendo de un regaño o un reto, soy mucho más que eso;
  • pero por sobre todas estas cosas, tengan muy presente que me vuelvo a mi casa recordándolos a cada uno de ustedes y a la sonrisa que siempre trato de sacarles.

Y a aquellos que no se esfuerzan tanto, o no vienen tanto, si hubo algún clima tenso que incomodó la clase e hizo de su estadía un momento incómodo e ingrato, de ustedes también me acuerdo. Espero que sepan que si bien me vieron serio o enojado y creí necesario ser más severo, fue todo por bien de ustedes. Yo no soy un tipo malo, y si lo fuere, sería fuera del Instituto o lejos de ustedes. Los espero cuando quieran.

No quería alargarme pero por más que quise hacerla corta, no pude.
Casi nadie leerá esta carta, porque casi nadie lee lo que escribo y menos en este Blog. Aunque es probable que me encargue de que esto llegue a ustedes, y que, espero, les llegue al corazón.


En un año larguísimo y bastante complicado para mí, hubo pocas cosas que lo hicieron agradable, y todos ustedes son parte de eso, y quiero que así siga siendo. De sus caras y nombres nunca me voy a olvidar, aunque mañana ya no esté ni los vea jamás, sepan que me acuerdo de todos y que estoy increíblemente agradecido de que ustedes hayan sido buena compañía, buenos alumnos y mis profesores particulares en tantas cosas, cosas más importantes que inglés o matemática.

Los quiero, giles.

sábado, 30 de abril de 2016

Superman - Gabriela Feio Garcia.

Con un inmenso cariño y la ilusión de que este relato no sea el único en su colección, les dejo el primer cuento corto de quien, ayer, hace tres años es mi compañera de vida, mi motivo de discusiones, depresiones, alegrías y dueña de la mayor parte de mi serenidad, Gabriela.

Dicen que el primer escrito de una persona es el más sincero, carente de profesionalidad y desbordante de sentimientos. Espero que les guste:

Si una persona pudiera tener lo que quisiera en su vida, los deseos más comunes que solemos escuchar son: ser la persona más bella del mundo, o la más rica, o tener salud infinita y nunca morir, entre otras cosas, pero para ella no.

Ella no quería dinero, ni belleza, ni vida eterna. Soñaba con algo más, algo que con sólo estar allí podría hacerla feliz.


Ese algo, o mejor dicho alguien, era él, la más genuina felicidad personificada como si el universo hubiera conspirado para que fuera todo lo que ella necesitara. Su paciencia le hacía creer ser capaz de cualquier cosa. Le inspiraba tal confianza que tan solo con una palabra de apoyo, ella podía domar hasta la situación más difícil.


Tal vez no tenía rayos láser en los ojos, pero con tan solo mirarla podía desnudar cada pensamiento de su cabeza, sin preguntarle nada.

Tal vez no podía volar, pero cuando estaban solos ella sentía que podía flotar hasta tocar la estrella más brillante del cielo.
Quizás no tenía una fuerza inhumana de mil hombres, pero cuando él la abrazaba no había nada que pudiera romper ese algo.
Definitivamente no podía volar en el espacio y volver en el tiempo, pero cuando se besaban todo alrededor se detenía, como si solo existieran ellos dos y el tiempo hubiera parado como por arte de magia.
No era dueño de un físico inigualable, pero su cuerpo era todo lo que ella necesitaba.
Él quizás no hacía grandes acciones por la humanidad, pero para ella él era su mundo, sus pequeños gestos significaban mucho y hacían una diferencia en su vida.

Para el resto, él era un hombre común y corriente, nada fuera de lo normal. Digamos que para el mundo él era Clark Kent.

Para ella, era el único hombre con el poder de hacerla sonreír simplemente con un "te amo". Para ella, él significaba fuerza, rareza, amor, nobleza, carisma, originalidad, entre otras cosas.

Como todo superhéroe tenía una debilidad. Su "kryptonita", su punto débil, era ella.


Con amor, ella.