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martes, 4 de junio de 2019

Gol de Zárate

Durante un tramo de dos años, entre 2017 y 2019, se conformó un seudónimo asociado a algunos de los principales grandes equipos que, aún no se ha oficializado públicamente pero se llama Traidores Atlético Club.

El club se conformó por polémicos traspasos de jugadores que eran ídolos o muy queridas figuras en sus equipos para pasar a jugar a máximos rivales de la Primera División.

Entre los más emblemáticos se destacaron dos campeones de América con San Lorenzo de Almagro; Julio Buffarini y Emmanuel Mas. Ambos pasaron a Boca con la promesa de jugar en un club aún más grande que el azulgrana y la ambición de una Copa Libertadores que no supo llegar.

Caso también de Nery Domínguez, quien venía de ganar la Copa Sudamericana con Independiente, pasó a Racing Club, su clásico rival, para ser campeón de Primera.

O mismo el delantero Matías Suárez, ídolo de Belgrano, que pasó a River Plate dejando a Belgrano complicado económicamente y en la zona de descenso, que efectivamente descendió al finalizar la temporada del 2019. A las pocas semanas saldría campeón internacional.

Pero el más polémico fue el de Mauro Zárate, ídolo contemporáneo, emblemático goleador, figura estelar y campeón con Vélez Sarsfield. El mediapunta pasó a Boca optimizando su última etapa de su carrera queriendo militar en un grande de la Primera División y la promesa de ganar títulos.

Los hinchas, aficionados y varios de otros clubes condenaron la actitud de Zárate. Lo tildaron de traidor, desleal e imberbe. Mientras que en Boca encontró un club y una hinchada que lo amparó y resguardó otorgándole el cariño que los hinchas del Fortín dejaron de darle.

Durante su etapa en Boca supo conquistar la Supercopa Argentina como también ser subcampeón de la Copa Libertadores más importante de todos los tiempos. Pero en la disputa de las eliminatorias de una copa local, le tocó enfrentar con Boca a su anterior club; Vélez.

Eran los cuartos de Final y tras los empates en los partidos de ida y vuelta, llegó la definición desde el punto de castigo.

Mauro Zárate, tiempo después de haber llegado a Boca, se mostró dolido y dio una nota en un medio deportivo donde quebró en llanto lamentando haber defraudado a la gente del club que lo vio nacer, pero esta vez no sería así.

El número 19, que portaba una curiosa gorra de natación por un choque durante el partido, se acercó manso al arco contrario a La 12 sin mirar otra cosa que el césped.

Se acomodó la camiseta, camino hacia atrás, tomó la más grande bocanada de aire de su vida y con ojos de predador embistió la pelota estática en el punto blanco y sacudió las redes con la calidad que nunca le faltó, y con un grito atronador de gol acompañado con sus brazos abiertos, le dio el cierre que él creyó justo a su situación, acrecentando su lugar en el equipo que ahora él más quiere.

Cómo habrá sido la cosa que llegó a la Final de esa copa y la perdió contra un equipo descendido que ganó el primer campeonato de máxima división de su historia.

lunes, 3 de junio de 2019

Debo decir...

Fue el 19 de Diciembre de 2018, en Madrid. No en el nuevo y colosal estadio del Atlético, el Wanda Metropolitano, sino en el mítico Santiago Benabéu, del Real Madrid, su rival citadino.

¿Que sucedió ahí? Sí, por más disparatado que suene, se jugó el partido de vuelta de la Final de la Copa Libertadores de América. Léase bien: "América".

La histórica final, que fue columnada por la hinchada del equipo vencedor como la más importante de todos los tiempos, fue entre los dos equipos más grandes en la historia del fútbol argentino: Boca Juniors y River Plate.

Ambos equipos llegaban en un momento y forma espléndidos, disipando dudas sobre si eran los mejores equipos del continente. Hay que aceptar que la calidad y la dinámica de juego era ejemplar en ambos bandos cuyas individualidades tiraban del mismo carro, por la gloria del club, y no por uno mismo.

Boca se había clasificado segundo en la fase de grupos, detrás del Palmeiras que jugaba muy pero muy bien. River, por su parte, fue primero gracias al empate en cero en la última fecha contra el Flamengo, que venía de ser subcampeón de la Sudamericana, contra el Independiente de Holan.

Derribando rivales en la fase eliminatoria, en las semifinales llegaron dos equipos argentinos y dos equipos brasileños. Con la posibilidad de que se juegue una final puramente entre equipos de ambos países.

En esta fase, River vino de ganarle a Racing, a Independiente y a Gremio, que lo supo madrugar de local con un 1-0 muy peligroso que el equipo rojiblanco supo dar vuelta en la cancha del equipo brasilero.
Por su parte Boca despachó a Libertad, Cruzeiro y Palmeiras, que lo había superado en la fase de grupos, pero esta vez no contó con un Benedetto asesino que volvió de una lesión y lo vacunó tres veces en dos partidos.

Los cánticos xeneizes se hicieron escuchar a favor del delantero: Olé olé olé olée Pipaa Pipaa.
Mientras, el gallinero coreaba muy originalmente a su figura: El Pity Martínez que loco que estáa.

Y así, se determinó que Boca y River disputarían la Finalísima de la Copa Libertadores de América siendo esta la última vez que dicha instancia se jugaba de local y de visitante, ya para el próximo año sería en estadio neutral y a partido único, como en la Champions.

Se decidió que ambos partidos se jugarían sin público visitante. Y sin más idas o vueltas, Boca jugó de local el primer partido, empatando 2 a 2 con River en un partido chivísimo.

En el país se vivía un clima un tanto hostil. El Gobierno de turno optó por políticas de ajuste y manipulación del poder judicial y de los medios hegemónicos para disimular su incapacidad de dirigir un país y ocultar el hambre del pueblo. Y para colmo, en vísperas y durante el período de la Final de esta Copa, se realizó la cumbre del G20 en Argentina, que pedía muchísima seguridad para los máximos mandatarios del mundo. Fue así que a la ministra de seguridad nacional, Patricia Bullrich, le consultaron no por los medios que usarían para promover la seguridad de los presidentes de los países participantes, sino por la seguridad que podría implementarse para prever disturbios entre las barras de Boca y de River por aquella Final que tanto revuelo generó en el país.

A lo que la ministra respondió: "Vamos a tener lo del G20, imagínense que lo de Boca y River parece algo bastante menor".

Acto seguido, mientras el micro que transportaba jugadores de Boca tomaba la curva para ingresar a la parte del estadio que le correspondía, hinchas de River comenzaron a arrojar objetos al vehículo; papeles, piedras, botellas de plástico, pero hubo dos de ellas que optaron por arrojar cascotes y una botella de vidrio que impactó contra una ventana que, al estallarse, lastimó a dos de los jugadores del equipo de la Boca, siendo el capitán Pablo Pérez el que más cara se la llevó.

Boca decidió no salir a jugar el partido porque había jugadores heridos y las condiciones no estaban dadas. Compararon este hecho con lo sucedido en la Sudamericana del año 2014, cuando a los jugadores de River le rociaron gas pimienta desde la grada y no salieron a jugar el partido por los daños ocasionados.

Entonces se entró en un vaivén de planteos y denuncias que no hicieron más que manchar la Copa más folclórica para los argentinos. Boca se presentó ante el TAS para que le otorguen el título en el escritorio descalificando a River, River presentó un amparo, la Conmebol aceptó con la condición de que encuentre y desasocie a los hinchas responsables de los daños al micro de Boca y sus jugadores para luego procesarlos judicialmente, presidentes de ambos equipos se reunieron unas tres veces mínimo para ver que se hacía con toda esta cuestión, ambos dieron testimonio público con un canal deportivo y después de mucha falta de certezas, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, dictaminó que la Final se jugaría, nada más y nada menos que en estadio del Real Madrid. Otro continente, otra cancha. Insólito.

Tanto River como Boca se manifestaron en contra de esa decisión. Pero más River, porque jugaría ese partido "en condición de local", y además no respetaron el tiempo invertido de los casi 66.000 hinchas que se aproximaron al Monumental para ver el partido ¡dos veces! Y además se determinó que habría público visitante, es decir, hinchas de Boca podrían sumarse al partido para alentar, cuando se había determinado que sería sin público visitante. Una medida que fue tomada en pos de generar ingresos.

Irreversiblemente, el partido se jugó.

Los clásicos rivales pusieron en cancha lo mejor de lo mejor. No desperdiciaron la calidad de ninguno de sus jugadores. El único cambio más o menos significativo fue el del arquero Rossi, que venía teniendo altibajos en su rendimiento, por Andrada, figura que venía de Lanús y que no pudo disputar bastantes partidos por una lesión.

El segundo partido más importante de mi vida comenzó con un pase milimétrico de Nández para Benedetto, que se deshizo de uno y vacunó al arquero Armani, el mejor arquero argentino del momento. En su festejo de gol, popularizó un gesto muy peculiar que sirvió como marca registrada para posteriores burlas: le sacó la lengua al joven zaguero Montiel por llevárselo puesto al salir a festejar.

Hasta ese momento, Boca era campeón de la Copa Libertadores. Y yo no podía estar más feliz.

Pero todo cambio en el segundo tiempo.

La habilidad de River tocando la pelota con el colombiano Quintero como conductor, derivó en un centro muy preciso de Nacho Fernández, uno de los mejores jugadores del fútbol argentino, para Pratto, gigante delantero confeso hincha y ex jugador de Boca, que levantó una volea demoledora para empatar el partido.

Y el segundo no se hizo esperar. El lateral uruguayo Mayada metió una pelota para el deleitoso Quintero que, vaya uno a saber cómo y de donde lo sacó, se hizo tiempo para parar, acomodar la pelota y sacudir el travesaño derecho de Andrada y marcar un golazo.

Boca estaba dominando el partido con las ocasiones que generó y desperdició, como una débil volea del capitán Pérez y un cabezazo falto de reacción de Nández, pero cuando un equipo tiene en su figura la habilidad clásica de un maestro del fútbol como Quintero, poco se puede hacer.

Entonces a Boca sólo le restaba matar o morir. Porque estaba perdiendo el partido y la Copa y fue hasta los últimos minutos que metía pelota tras pelota, inclusive con un jugador menos por la expulsión del 5 colombiano Barrios. Tanta fue la desesperación por el gol que hasta el arquero Andrada fue al área a buscar una pelota desde el tiro de esquina.

Pero esa pelota la ganó River, y con una contra de no sé quien y creo que ni ese jugador sabe como hizo para pifiar un taco y que aún así le quede la pelota servida para meter un pase al Pity Martínez, que corrió sólo Dios sabe cuantos metros y a cuantos kilómetros por hora por delante del central Izquierdoz.

Trato de ponerme en la piel del Pity en ese momento y sentir lo que el sintió. Porque el arco estaba vacío ya que Andrada había ido al área y sólo Izquierdoz se había quedado a defender, pero Martínez era rapidísimo. Aunque créanme que por más rápido o preciso que sea un jugador, un gol que muchos llamarían servido puede ser el más difícil de todos en una Final como la que se estaba jugando.

Quiero pensar al Pity nervioso hasta las orejas, inseguro y con calambres en las dos piernas por haber sacado energías de anda a saber donde, porque estaba exhausto. Y quiero creer que las circunstancias lo habrán hecho dudar de su indudable capacidad futbolística, porque fue acomodando la pelota cada vez más cerca del arco para asegurar que entraría por la línea de gol aunque le pegara con la rodilla.

Y haya sido así o no, el gran loco Pity Martínez clavó el 3-1 final del partido para consagrarse campeón de América frente a su clásico rival, desatando la algarabía en todos los futbolístas e hinchas presentes, quedándose sin más para hacer excepto desplomarse en el suelo y disfrutar de una hazaña que podrá presumir durante toda su carrera, inmortalizando para siempre el cántico de sus hinchas aludiendo a su locura.

Entonces me sentí muy triste, algo perdido futbolísticamente. Porque cargo con dos grandes desgracias en el mundo futbolero moderno: soy argentino y bostero. Y cabe destacar que Argentina vino de perder finales de un Mundial y dos Copas América en tres años consecutivos, además de quedarse afuera del Mundial de Rusia contra la Francia de Mbappé. Al parecer nací en un momento histórico donde me tocó sufrir mucho.

Pero asimismo me encanta presumir que antes de ser hincha de Boca o fanático argentino, soy hincha y fanático del fútbol. Porque aprendí a disfrutarlo y a encantarme por como se trata a la pelota, y no solamente a alegrarme o deprimirme por los títulos ganados o perdidos.

Y el River de Gallardo es enteramente eso: un equipo que trata bien a la pelota. Es lo que no sólo River, sino el fútbol argentino necesitaba. Un tipo que transmita identidad futbolística para lo que se juega y fomentar el sentido de pertenencia de la camiseta.

Hasta el día de hoy me han cargado haciéndome el número 3 con los dedos, o sacándome la lengua por el festejo de Benedetto, y son esas cosas que se tendrán que soportar y que son idóneas del folclore del fútbol en Argentina, tal y como los de River tuvieron que soportar cargadas por su descenso a la B Nacional, la segunda categoría.

Y esto no es un chanfle por resentimiento, sino que son cosas inevitables.

Irse a la B perdiendo contra Belgrano de Córdoba, prender fuego un sector del Monumental y ver a Boca salir campeón y finalista de la Libertadores en el 2012 mientras ellos lograban el ascenso es algo que no van a olvidarse jamás. De la misma manera que nosotros jamás nos olvidaremos que perdimos una máxima Final continental contra nuestro clásico rival.

Queda a su decisión que es lo peor. Yo ya disfrute y me desvanecí lo necesario.