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jueves, 7 de diciembre de 2017

Drexler también enseña.

Cerca de estas fechas, o eso creo yo, se cumplirán 9 meses desde que empezó una de las peores etapas de mi vida, seguida de una depresión de dos meses chorreantes de agua salada y demasiadas confusiones.

Cuando la conocí eramos adolescentes, con pocas ideas claras y demasiado peso por delante. Para mí era algo nuevo tener una extranjera en mi vida pero al poco tiempo se hizo costumbre tenerla en el corazón y aprender de ella.

Ella no era detallista, no era esotérica, no era cambiante y hasta el día de hoy que mantiene esa esencia tan magnífica que siempre la caracterizó. Pero a veces salía de su protocolo cotidiano para tratar de asociarse un poco a mis perspectivas.

Porque yo soy demasiado detallista, soy lo suficientemente inseguro y me gusta estar pendiente de pequeños gestos, como un relato, una canción, unas palabras posteriores a un mate, etcétera. Y de hecho mi esencia estaba en eso, pensándome seguro y creyéndome demasiado por más de que ella no lo era.

De aquellas pocas veces que ella se salió del protocolo para incursionar en lo "artístico", como aquel tan poco conocido relato llamado "Superman" que acá pueden leer, yo me sentí pleno. Tan pleno que desde aquellos pocos pequeños gestos, jamás volví a ser el mismo.

Uno de aquellos días fue cuando nuestra relación estaba en el punto máximo, en su esplendor y magnificencia inigualables que tan llenos nos dejó. Estábamos "comprometidos" con unos anillos que hoy deben estar guardados como reliquias en un cajón junto a las cartas de un narigón.

En su continuo uso de la tecnología y las redes, ella subió una historia en Instagram. Esa historia tuvo el privilegio de tener una gran sonrisa como protagonista y una canción de mi cantautor latinoamericano favorito: Jorge Drexler - Me haces bien.

Las historias duran unos pocos segundos y se mantienen por un día en aquel perfil. Algo muy pobre para algo que me lleno tanto. Algo de lo cual seguro ella ya no se acuerda.

Pero yo sí me acuerdo, y no me lo voy a olvidar nunca. Menos ahora, porque esta es la primera vez que puedo hablar sobre esto, porque hoy fue la primera vez que logré escuchar ese maldito tema de Jorgito Drexler que dura 3 putos minutos sin sentirme mal. Los 3 putos minutos más duros de mi vida. Porque apenas sonaba "Para contarte, canto, quiero que sepas cuanto..." yo ya estaba en lágrimas y sacaba el tema al carajo.

Hoy, en vez de pensar que es un tema tan crudo y doloroso, pienso que es el mejor tema que jamás me pudieron dedicar y fue la canción que más llegó. Porque Jorge Drexler no tiene la culpa de que sus temas causen milagros y hagan sanar a la gente con tan solo hacer sonar una guitarra, la culpa tampoco la tiene aquel/lla que dedique el tema, la culpa la tengo yo de ser un gil que se preocupa por esas cosas y después tener que llegar a escribir un relato sobre como eso le afecto tanto que lo deprimió lo suficiente.

Ahí fue cuando supe que podía decir firmemente y sin temor que
para contarte, escribo, quiero que leas lo que digo: me hiciste bien.

domingo, 5 de noviembre de 2017

El mutante.

Hola, mi nombre es Franco, tengo 21 años y soy un daltónico de mierda.

La historia del mutante más famoso de Domínico empieza en el 2002, en una clase de naturales en la que teníamos que pintar unos animales en su color natural.
Es decir, sí nos pedían pintar un gato negro, usábamos el color negro, se pintaba y listo.

Pero el punto crítico estuvo cuando se me cantó pintar el gato en su color natural, y en vez de agarrar el color marrón claro, agarré el verde pensando que era marrón claro y lo pinté todo todito.

También había pintado una gallina de color azul.

Cuando mi maestra Andrea lo vio, me dijo: -Franco, tenías que pintarlo del color correcto-.

Para colmo, a mis 6 años yo no tenía idea de que era daltónico y mi intención fue noble en pintar el gato del color que yo creía que era. A la edad de 21 ahora podría responderle de una manera muy madura, formulando oraciones similares a:

  • -Disculpe, es que soy daltónico y confundo ciertos colores-.
  • -La realidad es que pensé pintarlos del color correcto pero me confundí-.
  • -Soy un daltónico de mierda-.
A raíz de esto, la maestra Andrea sostuvo una comunicación vía cuadernito rojo con mi madre, en la cual le compartía lo sucedido con el gato y la gallina. Programaron una entrevista por esto y todo concluyó en que me llevarían a hacerme análisis de la vista.

Cuestión que me diagnosticaron daltonismo en discromatopsia parcial y de grado total.

Jajá, calate esa bombón.

Ahora, ¿qué es esto? Es una alteración genética ubicada en la célula bastoncillo, que genera que haya deficiencias en la fotorrecepción de la luminosidad afectando a la gama de colores rojo, verde, azul y rosa.

Es decir, no veo un puto color de la manera que es.

Durante años me acostumbré a que el semáforo no es rojo, amarillo y verde, sino naranja, verde claro y gris. Me acostumbré a tener los lápices y lapiceras con una etiqueta que determinaba el color que era. Me acostumbré a decirle amarillo a mi verde claro, azul a mi violeta, rojo a mi naranja y gris a mi verde.

Pero sobre todo, me acostumbré a las cargadas.

Desde este episodio, mis compañeros de varios colegios se acostumbraron a la situación, no hicieron alarde ni comentarios densos... hasta que llegó el secundario y tuve que explicar mi condición genética una y otra vez, respondiendo a infinitas preguntas como "¿y esto de qué color lo ves?".

Y desde ahí empezaron: "jaja, porque es daltónico no entiende el tema", "entendelo, es daltónico", "vos a mi no me podés decir nada porque sos daltónico", "que daltónico de mierda jaja". Y si bien nunca me jodió, porque siempre me lo tomé a la cómica, nunca tuve la seria oportunidad de explicarles que lo mío no era daltonismo, sino discromatopsia.

Pero de todas maneras hubiese sido en vano, porque no servía de nada que me digan "discromatópsico de mierda", porque suena raro y, sobretodo, no suena a cargada. Así que decirme daltónico era más fácil para ellos. Y también lo era para mí, para identificarme generalmente y después entrar en detalle.

Al pasar los años y llegar a mi adultez, ya tengo una forma predeterminada de explicar qué es lo que tengo en la vista, como si fuese un protector de pantalla de las computadoras de los años 2000, que se repetían una y otra vez y no paraban a no ser que muevas el mouse.

Y es genial.

Porque hay muchas ventajas de ser daltónico (o discromatópsico).
  • Por ejemplo, muchas personas en el mundo filosofean sobre cómo hacer que el mundo sea visto de una forma diferente. Quieren cambiarlo. Innovar. Cambiar mentalidades. Yo eso puedo hacerlo desde que nací. Porque no solo veo los colores diferentes, sino que tengo otra percepción de lo que me rodea. Una percepción que ustedes, gente no mutante, no tienen ni tendrán jamás.
  • Esta percepción es genética. Lo cual quiere decir que tengo altas probabilidades de enseñarle a mis hijos la misma percepción que yo tengo, y que ellas, capaz, la compartan conmigo. Y ahorrarle a mis hijos tener que explicarles el mundo a mi manera diferente.
  • Tengo la increíble habilidad de hacer explotar bombas. Nunca me pongan a desarmar una bomba, porque cortar el cable rojo puede significar la destrucción del planeta. Y capaz me agarran en un mal día, y ponele que el rojo lo distingo bien, pero corto a propósito el amarillo y exploto todo al carajo. Ojito, no se metan conmigo.
  • Podría ser reclutado para los X-Men. Mi mutación genética es única en el mundo, sólo lo tiene el cromosoma X en el ser humano. ¿Qué haces si algún día me ves con los mutantes de Marvel, un traje y un pelado en silla de ruedas al lado mío? Cíclope un poroto, papá.
  • Puedo ser absuelto de cualquier culpa en una infracción de tránsito. Los carteles, señales y signos que deben captarse básicamente al manejar, si bien los tengo, puedo justificar mi infracción con mi tan oportuno daltonismo. Y esto es ley. Así que insisto, no se metan conmigo o paso un semáforo en rojo y después no la cuentan.
Pero la ventaja fundamental de ser así, es haber aprendido durante toda mi vida a ser resiliente, sobreponerme a la adversidad que resultó ser increíblemente masiva en mi entorno, saber hacer oídos sordos y comprender que, capaz, lo que veo del mundo no es como el mundo lo ve. Y eso es una virtud exquisita.

Porque no solo se trata de colores, o luces, o mutaciones genéticas, se trata del universo. Veo las responsabilidades, los sentimientos, las oportunidades y las elecciones que se hacen en el mundo de una manera respetable, porque así lo son, pero pocos lo saben ver.

Supe entender a las personas desde mi mejor visión. Sí, la mejor. Y por eso me declaro en esto y en mi esencia, diferente. Un ser humano, una persona, un tipo diferente. Con otros ojos al mundo. Ojos únicos.

Yo no distingo las cosas según como se las califica o como se las nombra. Las distingo por sus cualidades únicas que, puedo asegurar y demostrar, es excepcional e inigualable.

Que virtud tendrán aquellos que tengan mis ojos, ¿no?

lunes, 30 de octubre de 2017

Los intocables.

Hoy no quiero entretener a nadie, hoy no quiero que me lean si esperan irse con una sonrisa, no quiero que sean testigos de un relato desafortunado. Hoy quiero avisarles que están a un párrafo de zafar de un trago amargo más.

Había salido a un bar por San Telmo, Sarah me había invitado porque estaba deprimida y quería compañía, y yo invité a Jimena.

Jimena es una muchacha preciosa y carismática, logré conocerla por medio de Marcos, un amigo que creí inseparable. Marcos tenía un ferviente interés sentimental en Jimena, porque hace unos años había vivido algo con ella y, ahora que ambos estaban solteros, él pensó en una oportunidad que él no sabía que nunca se le iba a dar.

Y yo sí sabía, y por eso invité a Jimena conmigo.

En el bar tomamos unas cervezas, nos caminamos el centro hasta Alvear y decidimos parar en un bar demasiado under para mi gusto, algo turbio, pero tenía una máquina de reproducción de los años 80' y eso estaba piola.

La noche precoz no se hizo esperar y Jimena, Sarah y yo nos volvimos para Sarandí. En el viaje hablé lo suficiente con Jimena para convencerme de que el ferviente interés de Marcos era verídico, porque yo también lo sentí. Y la besé.

Había coronado un arduo día de trabajo y una linda cena con algo que, por más pobre se considere, no lo borraré jamás. Aunque probablemente olvide lo que prosiguió a ese momento.

Días después, el parque no se hizo esperar, tampoco las torres, tampoco Palermo y mucho menos las sonrisas. Pero a todo esto, yo sabía que tenía que hablar con Marcos, porque si bien él buscó ilusionarse solo, también merecía una explicación que yo retardé por temor a herirlo.

Pero Marcos se enteró, porque Héctor y Gerardo habían hablado conmigo, y ellos pensaron que sería de buena gente adelantarse a mi responsabilidad de hablar con Marcos. Todavía bien no sé el por qué de su introspección.

A menos de una semana, Marcos ya sabía todo, Héctor y Gerardo cocinaron panqueques y mi otro amigo Gastón también estaba enterado por arte de magia. Y entre todos hablaron conmigo.

Es difícil escribir este relato sin capacidad radial sabiendo que no existo, que soy egoísta, que me acobardé porque no me dieron tiempo y que fui un mal tipo por virar en un camino en el que tenía luz verde.

Es muy difícil.

Más difícil es aún haber escrito relatos y borradores, o desarrollar ideas para futuras publicaciones hechas para ellos, publicaciones que se borraron en una íntima tristeza y soledad.

Y es que ya estamos grandes, muchachos. A nuestra edad se empiezan a tomar decisiones, porque 21 años no se tienen siempre, porque el que no arriesga no gana y el que no se suma a respetar, pierde. Y no hay de otra. Si estamos grandes para esto, estamos grandes para todo.

Y si tenemos que igualar códigos, debemos igualar códigos para todo. Códigos que ustedes, muchachos, me ignoraron siempre. Pero eso queda en su criterio, ahora eso es tema particular de cada uno, tema que ustedes no supieron afrontar en privacidad y que, ahora, yo no tengo por qué explicarlo.

Si renunciamos, renunciamos todos. Y ahora renuncio yo. Porque me entristece mucho a mis adentros no haber sido capaz de sostener una situación normal en un joven, pero más me entristece que ustedes no hayan sabido perdonar eso.

Yo no soy culpable de más aquello que les dije. Porque no soy el responsable de que estas cosas me pasen a mí, o de ser un imán de mala leche, o de que ustedes no tengan la misma suerte que, admito, yo sí tuve.

Es hasta hoy que a mi me duele, pero renuncio.
¿A esto se redimen las vivencias?

Una persona como yo, una persona calificada por ustedes, admite que sí. Pero admite que sí a sus términos. Porque, insisto, si bien mi conciencia no está tan tranquila, mi alto respeto hacia lo que soy y puedo dar, se hace notar todos los días.

Yo no sé si Jimena valdrá la pena. Hasta hoy creía que sí. Capaz mañana lo siga creyendo. Yo supe darme cuenta que bailar con ustedes por tantos años sí valía la pena, pero, disculpen, me vale más mi orgullo. Porque si no me tengo a mi, no tengo a nadie.

Y sí, hoy me siento como que no tengo a nadie. Pero eso se va a terminar, y lo de ustedes también, pero cuando eso pase, yo ya no voy a estar más.

Porque me fui, me fui de viaje con Franco. Y no sé cuanto dure, pero no estaré caminando más por Sarandí.

sábado, 7 de octubre de 2017

Tráfico de carritos

La primera vez que pisé un parque en mi vida fue a los 2 años, era un gordito tierno, con pelo parecido a las vellosidades del kiwi y lo suficientemente antisocial como para pretender que me lleven a pasear.

Yo vivía en el interior de la provincia, en 9 de Julio, mi viejo se había mudado por laburo y mi vieja, tontamente enamorada ella, le siguió el rastro de semillas para laburar por una miseria. Es hasta el día de hoy que creo que su único placer en aquella localidad desolada por la historia argentina era llevarme a pasear en el asiento trasero de su bicicleta antigua.

Para mí también había sido un año difícil. Y digo dicícil porque un nene a los dos años puede albergar recuerdos significativos, y nada más. Lo único que me acuerdo de esos tempranos años, es que en la guardería a donde me mandaban había una secretaria que nunca me quería dar otro vaso de jugo Ades de manzana, era una vieja mala, desubicada, andrógina y caricúlida, y todos los días me largaba a llorar por ir a esa guardería, porque no me quería topar con esa vieja de mierda.

La recuerdo firmemente, ¿vieron esas monjas de los orfanatos en las películas? ¿Esas que usan ropa gris y una túnica blanca atrás de la cabeza? Exactamente igual, pero con cara de chupar limón.

El día que más supe recordar de mis dos años de vida en aquel momento, fue que después de la guardería, mis abuelos me pasaron a buscar y me llevaron a la plaza más cercana de la avenida. No me alcanzan las palabras para describir lo mucho que me aburría estar en una plaza, porque no sabía treparme del pasamanos, le tenía miedo a los toboganes y cada vez que me hamacaba me hacía pis.

Todos los días me quedaba reguardado, tímido y antipático entre el calor de mi vieja y mi abuela, sin hablar y escuchando las charlas de adultos. Y mi abuela, siempre abriendo la boca cuando no le correspondía, en un grito muy resonante, me dijo:

-¡Hijito, mira a los nenes jugar con las palas y los baldecitos! ¿Por qué no vas y les pedís que te presten y jugas con ellos?

Por primera vez me las había ingeniado para putear a mi abuela en tres idiomas diferentes en mi mente. Porque no quería, estaba feliz sin jugar con nadie y tomando chocolatada, ¡yo no quería jugar con nadie!

Pero fui, porque me obligaron, me forzaron a socializar, pero en mi vano intento de ser simpático, lo único que supe decirles a aquellos niños que estaban construyendo castillitos de arena, fue:

-Dame una pala así juego con vos, dale.

Los dos pendejos me miraron con cara de "no debo hablar con extraños" y me ignoraron, pero después de insistirles mil veces más, se pudrieron y me dieron la pala rota, la que le faltaba el mango y se le escurría la arena por todos lados, la pala que seguro usaba la madre de ellos para levantar la caca del perro Alberto.

Esa fue la primera de tantas amargas experiencias en parques.

La siguiente, a mis 10 años, paseaba por la plaza central de la localidad con mi mamá y mi hermana, dormida en el carrito para bebés. Las tardes en 9 de Julio eran adorables, eso hay que admitirlo, porque es una localidad quedada en el tiempo, donde podés irte a dormir a las 3 de la madrugada sin cerrar la puerta central de tu casa con llave y no correr riesgo de que te desvalijen la casa, donde podías quedarte a tomar mate en la casa del profesor de dibujo de la cuadra y donde llegabas en bicicleta a cualquier rincón de la ciudad en unos pocos minutos.

Pero esa tarde, no fue adorable.

Paseando con ellas, a las 4 de la tarde, la plaza se lleno de madres con sus carritos portadores de bebés de 20 kilos cada uno, aparentemente se habían puesto de acuerdo para ir a tomar aire y mate a esa plaza. Pero no es que fueron todas juntas, no, estaban cada una por su cuenta, sin sus maridos, ni madres, ni suegras, ni hermanas, ni nada. Sólo ellas y los bebés que lloraban todos al unísono. Si prestabas atención se escuchaba una sinfónica de llanto y surro de bebés.

Me sentí tan incómodo de estar ahí, porque era el único acompañante de una madre con un carrito. Era el único varón ahí, y no sé por qué me sentía observado, invadido, acosado.

A mis 10 años, parecía ser que aquellas madres en la plaza, causantes y logísticas de aquel tráfico de carritos, detectaban mi cariño incesable hacia mi madre y los celos humeantes hacia mi hermana de año y medio. Era una sensación temblorosa por dentro, no porque no me gustaba, sino porque era cierto. Y desde ese día me realicé, a las malas, de que los celos no servían de nada, y que, algún día, mi demostración de cariño hacia mis padres en algún momento disminuiría considerablemente.

La última determinante, fue en el Parque Domínico, a cuadras de mi casa. Tenía un amigo muy cercano que se llamaba Gabriel, con quien siempre aprovechábamos los veranos para ir a la terraza y explotar petardos, o jugar a la Play o ir a caminar.

Un día, Gabriel tuvo bicicleta, y había empezado a usarla seguido, y a mi me dieron muchas ganas de tener bicicleta e ir con él a todos lados, pero no tenía plata para comprarla.

Yo no sé si habrá sido por lástima, por la falta de compañía o simplemente como un buen gesto que él le pidió a su abuela que me preste su bici. Una bici de los años 40', rosada y con canastito.

Sea por lo que sea, Gabriel se había sacado el gusto de ir a andar en bicicleta al Parque Domínico, acompañado y con una sonrisa de punta a punta asegurada. Pero yo la pase medio mal.

No por no disfrutar el día, sino porque el día parecía empedernido en no querer disfrutarme a mí.

A los pocos minutos de haber llegado al parque para pedalear, un grupo de lindas chicas que también andaban en bicicletas de última gama, me miraron y una de ellas dijo:

-Jajaja mirale la bici, mirale la bici...-, burlándose.

Se rieron todas juntas, me señalaron y giraron la cabeza para reirse una vez más. Y en mi fallido intento de demostrar que me chupaba un huevo lo que decían, me subí a la bicicleta con pedales de alambre y canastito y le jugué un pique a Gabriel y su bicicleta último modelo, sólo para demostrar que la tenía más grande que él y levantarme un poco el ánimo después de que un grupo de chicas lindas se haya burlado de mi.

Lo que yo no sabía era que, acto seguido al pique olímpico que le jugué a Gabriel, la bicicleta se descarrilaría, yo me iría a la mierda y el manubrio de la bici quedaría descalibrado, girando a la deriva sin permitir que dirija la bici.

O sea, le había hecho bosta la bicicleta a la abuela de Gabriel.

Es cierto que tuve malas rachas en lugares públicos, pero no todo fue malo.

Por ejemplo, en plazas de Avellaneda, Congreso y Recoleta, supe tener varias lindas experiencias amorosas, me reconcilié con un amigo, tuve mi primer salida en solitario con mi abuelo, mi primera caminata de charla de vida con mi viejo, declaraciones de amor, mates y anécdotas interminables con amigos, paseos virtuosos y poesías escritas en 20 minutos.

Es verdad lo que dicen que caminar, mirar por la ventana de un colectivo o tomar café en solitario son las mejores epifanías de tu vida. Es cierto que todo enseña de cierta manera, que cada rincón del país transmite algo, que uno adquiere vivencias con tal solo respirar.

Yo no sé que tendrán los parques, pero... ¿por qué enseñan tanto?

martes, 5 de septiembre de 2017

El gordo Cutó.

Yo te lo digo, viejo. Ese gordo tenía algo.

Dejame que te cuente como fue la historia que te vas a volver loco. Resulta que mi abuelo y yo eramos fanáticos del fútbol, ¿viste? Era el año 2012 y el viejo estaba triste porque Racing, que tenía buen equipo, aquel con el colombiano Moreno, había quedado afuera de la Sudamericana contra Colón. Cinco pepas en dos partidos se comieron los de Avellaneda.

Imaginate lo que es no ver a tu club grande campeón de algo desde hace once años. Es triste. Al Julio, sabio el viejo, le gustaba el fútbol del interior también, era hincha de un club con nombre medio raro: Club Compañía General Buenos Aires de Patricios.

Él se había criado en la localidad del Patricios, pleno campito del interior donde laburabas a los 12 años para mantener una familia, ¿viste? La cosa venía seria.

¿Sabés las veces que lo escuché hablar de Compañía? Era magnífico, el viejo a los 68 pirulos se acordaba de los cánticos de las tribunas humildes, de formaciones y tácticas del entrenador, ¿lo podés creer?

-La delantera la dirige el gran Formaggio-, me cantaba.

Ese Formaggio había terminado con un promedio de tres goles por partido en el año '53 y Compañía había salido campeón de la Liga dos años seguidos. Poquitas veces había salido campeón, equipito humilde, ¿no?

En aquel año el abuelo me había llevado unas cuatro o cinco veces a alentar a su clubcito, y yo me volvía loco, porque no entendía nada y quería entender todo. Me crié viendo fútbol de contrato millonario de primera, y del fútbol de raíz yo cachaba muy poquito.

Compañía ese año estaba jodido, estaba 5to en la tabla y tenía que jugar el difícil clásico del pueblo (contra Atlético Patricios) y dos días después contra Naón, el mejorcito. El clásico lo ganamos 2-0 de visitante y con dos goles de un pibito de 17 años... ¡17 años te digo! Ese día mi abuelo se fue a dormir con una sonrisa fantástica y lo vi tomar cerveza artesanal de segunda mano por primera vez. Me compró la camiseta del club y me la hizo firmar por el primer plantel y el juvenil. Fueron 37 locos que me firmaron la camiseta.

Fue una fiesta por dos días pero después llegó Naón, de local. Naón se perfilaba para el ascenso a la primera Liga regional, porque el año pasado había quedado tercero por tres puntitos de mierda y estaban arengados hasta las pelotas para el año siguiente, estaban con las orejas que sacaban humo de la calentura y te juro que daban miedo.

Pero, ¿cómo te digo? Compañía tenía suerte últimamente, le habíamos ganado a Dudignac 2-1 con dos flacos menos y en cancha de ellos, tenía algo de fortuna hace rato largo.

Aquel partido contra Naón se jugó abajo de un sol que prendía fuego el pasto. Vos alguna vez habrás visto que en los partidos de local, el local entra último, para el aplauso y la algarabía, entonces Naón había entrado primero.

Imaginate el cagaso que tenían los locales que cuando vieron la formación de Naón se quedaron tan mudos que hasta creo que lloraban cuando entró Compañía. No te jodo cuando te digo que los de Naón daban miedo, querido.

Para colmo no estaba el gordo ese, se ve que el tipo había tenido un problema en la casa que lo retrasó media hora en auto. Te hablo de Adrián Cutó, el 2 de Naón, un oso gigante que cuando caminaba hacía temblar la tierra. El gordo había llamado al técnico y le había dicho que no llegaba, que lo ponga a Mozún, que era el 6 y que juegue con línea de 3 abajo, que él llegaría en media hora.

¿Vos lo podés creer? Yo me cagaba de la risa cuando me lo contaron. A cinco minutos de empezar el partido, che. ¡Una locura!

Empezó el partido y Compañía se puso 2-0 a los 40' del primer tiempo. Le estábamos rompiendo el que te dije. Encima el segundo gol lo había metido el pibito aquel de 17 que te conté, tres goles en dos partidos para el gil ese. La gente estaba como loca porque pensaba que se podía. La bronca de los de Naón nos importaba un carajo porque estábamos dos goles arriba contra el mejor de la tabla, habían empezado los cánticos, había un tipo que sacudía el alambre a más no poder, habían puesto a calentar los choripanes para la noche porque faltaban los 45' del segundo tiempo y listo, se terminaba. Además estábamos jugando bien.

Y llegó Cutó en el entretiempo, nomás. Cuando el gordo entró por el portón de la cancha, los jugadores de Compañía se miraron entre ellos y te juro por la mama que escuché un:

-Uh, la puta madre, somos boleta...-.

Cuando empezó el segundo tiempo, imaginate, el técnico de Naón la estaba pasando muy mal y mandó al "Cachorro" Gómez a la cancha, la figurita del equipo que no había llegado bien al partido porque el día anterior se había lastimado la gamba derecha andando en bici.

Te digo que ese flaco nos hizo un gol a tres minutos de entrar. Iban 49' y estábamos 2-1.
El técnico de los del rojo se agrandó y mandó el segundo cambio. Cutó por Mozún.

Te explico, el gordo Cutó era un gordo con una panza que daba asco, se lo habían comprado a Los Toldos por unas monedas y resultó ser un animal en cancha. Si vos jugabas con el panzón atrás y con Villa de 5 atrasado, sabías que no te pasaba ni el Diego Armando. Para colmo le pegaba como los dioses a la bocha. Pelota que era de tiro libre, pelota que mandaba a guardar cerquita del ángulo.

Ey, no te jodo. Era así. Un gordo pelado que era una locomotora y que le pegaba como los dioses. No me vengas con Passarella o Brown o el flaco Schiavi, ese gordo fue de lo mejor que vi en mi puta vida.

Cuestión que entró Cutó y fue cosa de cinco minutos para que mande un pelotazo al área y que la agarre otra vez el "Cachorro" para poner el partido 2-2. Ya te digo, viejo, nos la veíamos venir. Después de ese gol se nos escapó todo. Mi abuelo estaba mudito como pocas veces, en el segundo tiempo lo escuché decir una sola frase:

-Mira que gordo de mierda, la puta madre-, estaba re caliente.

Después de empatarnos, se les subió la adrenalina a los visitantes. Fueron para adelante y el wacho de Yafaldano, el 8, nos dio vuelta el partido. 3-2 abajo.
Así de rapidito como nos lo dieron vuelta, vino el cuarto gol. Este lo hizo Pueyo, el 3.

Nos llevaban dos de ventaja y ya nos estaban haciendo el tuje. Faltaban diez minutos para que termine el partido y nosotros ya nos habíamos resignado, viste. Ni en pedo íbamos a hacer tres goles para ganar el partido, ¡menos en diez minutos nada más!

¿Y no te digo yo que vinieron dos tiros libres para Naón? Uno atrás del otro. Estábamos 4-2 de local y a los 80 empezamos a pegar. Queríamos meter falta por donde sea para tener la bochita. Y bueno, nos arriesgamos a las pelotas paradas.

Adivina quien le pegó a los tiros libres... el gordo Cutó.

Dos goles en diez minutos nos hizo el gordo de mierda. Que magnífico, loco.

Perdimos el partido 6-2 de local y mirá que bien que habrá jugado Naón que los locales los aplaudieron. A puro huevo nos ganaron habiendo estado en desventaja y sin el potente Cutó.

Aquel año ascendieron a primera y, aunque nunca salieron campeones, le pusieron mucho huevo y pezuña.

Mira que gordo de mierda, che.

martes, 29 de agosto de 2017

Patito Gervasio

Cuando todavía estudiaba en la Universidad de Buenos Aires, me hice un grupo de amigos bastante copado, aunque muy extraño. No éramos muchos pero de aquellos que lo integraban, solamente mantuve contacto con una chica que se llama Carolina, la única chica decente y que ya conocía de antes.

Por otro lado estaba Sofía, una recursante que amaba más la joda que el estudio, me acuerdo que un día decidimos ratearnos de la clase de semiología para ir a tomar unas cervezas con el resto del grupo, a ella la cruzamos en la entrada, le propusimos la idea y asintió con una cara de feliz cumpleaños muy característica de ella.

Estaba Micaela, que estudiaba psicología y era la que siempre me hacía acordar de llevar el termo con agua caliente para el mate. Estaba siempre acompañada de Giuliana, una ex compañera de mi colegio, y Braian, quien después sufriría un accidente en moto en el que termino muy delicado. Nunca más supe de él, y Micaela ahora vive en Córdoba.

Por último estaba la anteriormente nombrada Carolina, que mantenía una relación académica con Martina, una chica muy bonita que no se cansaba de compartir anécdotas en cada intervalo, siempre venía con algo nuevo: un día contaba cómo se le cayeron las góndolas de galletitas de su negocio; otro día detallaba sus accidentes en gimnasia artística; a veces nos contaba experiencias amorosas, etcétera... Y un día me contó de cómo conoció a Gervasio.

Gervasio Tarantini era un chico de 20 años, era alto, pelirrojo y demasiado imbécil. Tenía una manera de ser tan torpe que su vida estaba llena de eventos desafortunados causados por su increíble inutilidad. El día que lo conocí me quedé sorprendido al ver a una persona tan incapaz de todo. Pero pobre, me daba mucha lástima verlo así, aunque la verdad era que reconfortaba mucho saber que vos podes ser muy tarado, pero nunca tanto como Gervasio.

Sus amigos le decían "patito", por el famoso dicho del patito criollo. Es que era fascinante, me atrevo a decir, ver como nada le salía:
Si el martes tenía un final de Semiología, él se presentaba a dar Análisis II en el Enspa.
Si jugabamos al chinchón, gritaba ¡Chancho! 
Cuando nos juntábamos a tomar mate y le pedíamos que lleve la yerba y el azúcar, traía orégano y sal gruesa.
Y cuando algo parecía salirle bien, todos los demás nos mirábamos y sabíamos que, en algún momento, Gervasio la iba a cagar: un día se pidió un café, y el muy boludo en vez de traerlo con la mano, lo trajo en una bandeja, caminó entre las mesas del buffet lo más bien, gambeteó a todo el tuburbio de gente como el 10 de Boca y cuando nos mentalizábamos de que por fin algo le iba a salir bien, él se tropezaba con la pata de la silla y el café, la bandeja y él, terminaban desparramados por el suelo.

El pobre patito era tan despistado, tan fuera de sí, que si él fuese inmortal y tuviese cientos de miles de años de edad, yo sospecharía seriamente de si él fue el causante de la crucifixión de Cristo, del hundimiento de Atlántis, de la caída del imperio egipcio o del gol de Götze en el último minuto contra Argentina.

Lo odiaba, pero lo amaba. Porque siempre superaba mis expectativas.

Un día soñé con Gervasio. Soñé que, como otra de sus tantas imbecilidades, generaba un caos masivo en un shopping de Avellaneda. Resulta que patito tenía una hora libre porque había faltado el pelado de biología, y decidió tomar la increíble responsabilidad de ir a tomar un frapuccino de dulce de leche sin cafeína al Alto Avellaneda.

-Por cierto, eso implica cruzar dos semáforos, una barrera de tránsito y dos puertas corredizas, para ustedes suena normal, pero para Gervasio no. Él puede morir en el intento-.

Increíblemente esquivó una guerra nuclear al cruzar la calle, superó la posibilidad de infectar al mundo con ébola al sentarse y tomar su frapuccino, pudo evitar que haya otro terremoto en Chile al subir las escaleras eléctricas y casi casi activa Skynet al sacar plata del cajero, pero le había salido todo bien hasta ahora. Claro, esto era un sueño, en la vida real esto es imposible.

Pero como Gervasio es sinónimo de catástrofe, mi sueño tomó un volantazo inesperado. Al patito criollo le dieron ganas de hacer pis y, obvio, fue al baño. Abrió la puerta, entró, se puso a leer uno de esos carteles sobre calvicie que ponen arriba del mingitorio y procedió a bajarse la bragueta... Accidentalmente, por supuesto, se le rompió el botón del pantalón y se le cayó adentro del mingitorio, donde el pis de mil hombres al día se escurre hasta llegar al riachuelo.

Gervasio era un pelotudo, pero tenía sentido común, y no se hubiese atrevido nunca en la vida a levantarlo. Así que lo dejó ahí y salió del baño con los pantalones flojos. Y como patito es un imán de mala leche, a la mitad del camino hacia la salida se le bajaron los pantalones y quedó exhibiendo sus calzones de marca Zantino en frente de las carteleras del cine.

Las madres le taparon los ojos a sus hijos, un grupo de ancianas andróginas lo señalaron diciendo -¡Pero qué verguenzaaaa!-, unos adolescentes que pasaban por ahí se cagaron de risa tapándose la boca y dos guardias de seguridad entraron a correrlo.

Gervasio se asustó tanto tanto que salió corriendo con los pantalones abajo llevándose a decenas de personas por delante y empujando a varios más. En un momento Gervasio se cae arriba de un muchacho muy elegante que al ser empujado se cae de espaldas encima de un grupito de chicas que a su vez se tropiezan con otras personas del alrededor y así sucesivamente hasta generar una avalancha de personas que habían ido ahí para ver el estreno de la nueva película de IT.

Quien iba a pensar que la escalera central del Alto Avellaneda iba a colapsar porque se safó un tornillo de una de las barandas aplastando a cientos de personas. Todo por un botoncito roto.

Después del colapso de la escalera, me desperté. Supongo que me daba mucha pena la estupidez de Gervasio. Me tomé el sueño a la cómica y me preparé para salir y verme con unos amigos.

En el viaje me acordaba del sueño, me acordaba del pobre de Gervasio, ¿qué culpa tenía él de ser tan paparulo?

Llegué al Alto Avellaneda y les conté a mis amigos el sueño, por supuesto que estallaron en carcajadas y se mofaron de Gervasio hasta el cansancio, porque era imposible no reirse o sentir lastima por él. O una o la otra.

Pasamos la tarde, tomamos un café, vimos ropa y antes de irnos quise pasar al baño a lavarme un poco la cara y hacer pis... 

Había un botón de un pantalón en el mingitorio.

lunes, 24 de julio de 2017

A la cancha con papá.

El domingo 27 de Febrero del 2005, después del domingo de pasta en familia que teníamos en ese entonces, mi papá me sacó de la computadora bajo la orden de:

-Franco, cambiate que salimos.


Yo estaba jugando lo más pancho al Age of Empires, no sabía bien que hacer así que construía murallas alrededor de mis guerreros, y como lo disfrutaba mucho puse cara de amargado y no quise saber nada con salir con mi viejo.


Me subí al auto, y como en ese momento no había teléfonos celulares en cantidades, ni super estéreos en los autos o MP3 miniaturizados, lo único que pude hacer durante una hora muy tranquila de viaje fue mirar por la ventana imaginándome como sería mi vida si viviese en el universo de Dragon Ball Z, como el nene que era.


Ese día mi papá me llevó en secreto a la cancha de Boca, cuando todavía aceptaban a los no socios en las tribunas y el fútbol no se había tornado del todo violento. Y esto fue un hecho controversial en los hombres de mi familia.


Porque, sin que les importara si me gustaba el fútbol o no, mi papá quería a toda costa que sea hincha del glorioso Xeneize, campeón de todo y rey de copas hasta ese momento. Y por otro lado, mi abuelo que era otro gustoso del buen fútbol, a pocas horas de mi nacimiento mandó a hacer un banderín impecable que decía "Franco, el hincha número uno del Club Atlético Racing Club".


Entonces, yo de chiquito me pensé con dos opciones: O Boca y el gusto de mi papá; o Racing y el gusto de mi abuelo.


Para colmo, y esta es la primera vez que lo digo en mi vida, a mi me gustaba Mariano Pavone, que jugaba en Estudiantes, club de mi otro abuelo, el paterno, de quien tengo la vaga impresión que, si hubiese aprovechado la oportunidad, yo hoy sería hincha de Estudiantes de La Plata.

Ese día Boca le ganó a Olimpo 3-1 con dos goles de Palermo (mi segundo jugador favorito) y me volví a mi casa como hincha de Boca hecho y derecho, pero sintiendo un poco de culpa, porque el sueño de mi abuelo de que su nieto fuese hincha de la Academia se había esfumado.


Después de cinco años de haberme decidido por Boca, y de charlas futbolísticas poco duraderas con mi abuelo pero interminables con mi viejo, las controversias empezaron de nuevo. Para mi cumpleaños mi papá me llevó a la cancha de River a ver a mi ídolo Messi y su Selección Argentina golear 4-1 a España, el campeón del mundo. Aquel día para mi fue importante porque ví a Messi marcarle un gol exquisito al mejor equipo del planeta y porque pisaba la cancha del eterno rival de Boca.


Mi abuelo se enteró de esto y se hartó. Quiso hacer algo al respecto y durante tres años me llevó a las canchas del fútbol regional del interior de la provincia de Buenos Aires. Me llevó a enseñarme la pasión por el fútbol, porque en esos lugares estaba el buen juego, con clubes de nombres muy raros: Club Atlético Once Tigres, Atlético Dudignac, Club Atlético Naón, y la escuadra cual mi abuelo se declaraba hincha: Club Compañía General Buenos Aires de Patricios... já.


Esos años fueron eternos, yendo a esas canchas con pasto de verdad y terreno elevado que albergaban a jugadores de otras profesiones: camioneros, profesores, albañiles, había un gordo que atendía una dietética, pibes que no habían terminado el secundario, atajaba un viejo de 58 que ya estaba jubilado, etcétera. No había tantas canchas profesionales ni jugadores con salarios ostentosos, mucho menos patrocinadores que vestían ropa cara y conseguían publicidades con marcas reconocidas.


Allá el fútbol era otra cosa, algo que yo hasta ese momento no comprendía. Para ese entonces, el fútbol para mí era ganar títulos, balones de oro, tirar caños, rabonas, bicicletas, gambetearse a dos y clavarla en el ángulo.


Y el fútbol no era así.


Mi abuelo falleció en el 2013, habiendo visto a su Racing y su Selección en la cima del mundo, con el sueño no alcanzado de tener a su nieto mayor como hincha de la Academia pero con el consuelo de haberlo apasionado por el fútbol como se debe.


Un año después de su muerte, Racing sale campeón del torneo y Argentina llega a la final del Mundial. Algo que fue bastante paradójico, porque el fútbol tuvo mucha revancha con él. 


Porque sí, mi papá me hizo de Boca y logré disfrutar todos sus títulos, y también mi abuelo tuvo ese sueño frustrado, pero él me hizo sentir el fútbol, algo que yo no aprendí yendo a la cancha con papá.

miércoles, 19 de julio de 2017

La estufa de la seño Moni.

En el 2001, en un colegio muy conocido que queda a la vuelta de mi casa, en algún lugar de Villa Domínico, la señorita Mónica descubrió la mejor manera de entumecer a todos los nenes de la salita roja.

Nunca una maestra jardinera había tenido una idea tan eficaz hasta el día de la fecha, porque fue accidental, improvisto, pero inexorable. Éste descubrimiento fue sublime, revolucionario, impulsor de nuevas metodologías de la enseñanza y pedagogía.

Ese día hacía mucho mucho frío, los nenes iban con el pantalón y el delantal del colegio por encima del pijama y con camperas que les llegaban hasta las pestañas; la encargada de la cocina, Lila, se había olvidado de comprar los sacos de té para los nenes de las salitas verde, roja y azul, y para colmo, la seño Moni había tenido un encontronazo con la directora Alicia. En ese entonces éramos muy chiquitos y no entendíamos mucho, pero seguro era por el salario, por una licencia o por una queja de un papá.

La seño Moni era un ángel, los nenes entraban con ganas al colegio porque sabían que iban a tener un buen día, con té calentito y galletitas marca Okebon.
Ella muy pocas veces debió haber tenido problemas con alguien, y si los tuvo, con nosotros escondía su cólera para darnos su mejor sonrisa.

Ese día de grados bajo cero, el día de la discusión de Mónica, nosotros los nenes nos cagamos en las patas, como si no conociésemos a nuestra Moni angelical con sonrisa de princesa que nunca nos retaba.
Fue un día de anécdotas interminables, porque el día había empezado muy bien: yo le había pedido a mi vecina Doña Ivonne que me arranque tres florcitas de su planta, una para ella, otra para mi mamá y otra para la seño Moni; fue la primera vez que le toqué la mano a una chica que se llamaba Julieta; y fue la primera vez que no traje mis zapatillas repletas de tierra por jugar en el arenero, porque la seño Moni se había enojado, y eso me mató.

Después del encontronazo, la seño Moni cerró la puerta muy fuerte, la directora volvió a la dirección, María Belén se puso a llorar, Tomás molestó a Sebastián y Magalí se asustó. Mientras tanto, la seño Moni quiso recibir el invierno con un cálido abrazo. Agarró la estufa eléctrica, una determinada estufa con rejilla que incineraba a las moscas cuando le pasaban por delante, y la enchufó a la pared.

-No quiero que nadie toque esta estufa -nos dijo furiosa-, o me voy a enojar mucho.

Y nos quedamos atónitos, María Belén dejó de llorar para taparse la cara con la corbata, Tomás dejó de molestar a Sebastián y se agarró del asiento de la silla con fuerza y Magalí ya no estaba asustada, estaba al borde del colapso. Entonces, Moni se sentó.

-Vamos a leer un cuento, vengan a la alfombra -nos dijo.

Y como Speedy González dejamos todo y fuimos corriendo a la alfombra bajo el calor de esa estufa monstruosa, que seguía chamuscando a las moscas.

La seño Moni empezó a leer el cuentito con voz angelical, pero esa voz angelical no era de corazón, era fingida, pero para nosotros fue como una palmada en la espalda diciendo "Estoy enojada, pero no con ustedes". El cuento iba por la mitad y a algunos ya nos pintaba el sueño, porque eran las 9:30 de la mañana y recibíamos el calorcito de esa estufa que ya parecía una chimenea. Todo iba muy bien.

Pero en un momento, Mariano llamó a Sebastián, el quilombero. Como era de esperar, Sebastián, que estaba muy lejos de Mariano, se acercó gateando lentamente hacia él de manera tal que la seño Moni no se de cuenta, podía escucharse la música de Misión Imposible de fondo, y de hecho pudo haber sido una misión cumplida de no ser por una sola cosa. La estufa.

Sebastián era un ninja, se camuflaba con el delantal rojo de sus compañeros, era más silencioso que un jaguar acechando a su presa, gambeteaba como el Diego y tenía visión de águila con un objetivo en la mira: Mariano.

Él estaba por llegar, y a pocos centímetros de Mariano, cuando se preparaba para ponerse de pié, la botamanga del joggin se le engancha en una de las esquinas de la estufa, Sebastián se para lo más pancho y de repente plaff, la estufa con rejillas que parecían al rojo vivo, se cae arriba de la alfombra.

Como un depredador, la seño Moni levanta la mirada, lo ve a Sebastián, Sebastián la ve, ella cierra el libro, Sebastián se va a la mierda y la seño pega el grito:

-¡SEBASTIÁN!

La seño Moni levanta la estufa sin quemarse las manos, agarró a Sebastián del brazo y le dice:

-¡¿Vos no te cansas de hacer lío?! -y lo mandó a la dirección.

Ese día Sebastián se llevó una mala nota a su casa, el peor castigo para nosotros. A partir de ese día yo aprendí que compartir una sala roja es más que ir al colegio para que te enseñen, sino para entender como funciona el mundo, para colmo en un año tan controversial. Ese día me di cuenta que hasta la persona más angelical puede tener su punto de ebullición sin dejar de ser un ángel, aprendí que el sentido del peligro existe, que un día de enojo puede durarte para toda la vida, aún si no sos vos el enojado.

Y es hasta hoy que vuelvo a ese colegio, que camino por el pasillo, doblo a la derecha y sé que está el aula donde cursé mi salita roja. Es hasta el día de hoy que me cruzo a esta persona tan angelical e inclusive sigo recordando y teniéndole miedo a la estufa de la seño Moni.

sábado, 15 de julio de 2017

Short poetry for a careless

It will sound,
kinda unusual,
but since the last time I saw you,
I got even better and better, as usual.

I thought that without you,
my life had lost the whole sence,
but with the time I came up with a clue,
that I could stay down or start jumping the fence.

And ain't no need to feel bad about what happened,
I actually think it's a matter of time,
because you know you made me feel abandoned,
but that didn't even stop me to reach high.

There's no virtue on what you've done or you're doing,
you can't go out and pretend there's something you're proving,
and while you spend time smoking, pecking and failing exams,
I'm here doing it, because I already know my life needs for plans.

But don't you worry, my dear, you are allowed to live,
I know you'd never ponder about what I give,
hope you guess, at least, that I'm proud of you,
even despite the bad things we've been through.

I'm wondering if you're capable of taking another step,
'cause you made think about you in that way,
I have to admit that I'm here chilling on the web,
but you're there, throwing that idea away.

And wait, I've got a message,
for those boys whose are brillant,
please be cautious if you meet a girl,
especially if she's a brazilian.

martes, 11 de julio de 2017

Chocolatada con sabor a secundario

A veces la vida da giros importantísimos que nos hace derrapar y volcar al costado de la ruta, nos hace terminar en el hospital conectados a un respirador y hasta a veces pensamos estar cerca de cagarnos muriendo por no haber sabido aguantar lo que vino.

Será lo que será de la vida de cada uno, nunca hay un tutorial sobre como vivir la vida ni qué familia o personas elegir para vivir. Muchos pensamos que la vida es como Los Sims cuando se parece más a un juego de realidad virtual en el que inevitablemente las cosas suceden. Muchos pensamos que si algo se pierde es porque deja de existir, cuando en realidad eso que perdimos fue porque en algún momento lo ganamos, y no lo ganamos de la nada. Lo ganamos porque las cosas en realidad nunca se pierden, sino que se juntan para llegar a vos de vuelta en otra forma, y siempre mejor.

No elegimos lo que nos toca vivir ni con quien, los hechos y personajes ya existen en la historia que protagonizamos y es por nuestro curso que la historia cobra arte. De todos esos hechos y personas, sólo algunos/as pocos/as pueden llamarse "necesarios" o "indispensables" para nosotros los protagonistas.

Sí, somos todos diferentes y es según nuestras pasiones y procederes que hacemos pasar las páginas, pero si algo tenemos todos en común es el sentimiento de desesperada necesidad de alguien y algo.

Personalmente, a mis 20 años que presumo, tuve demasiada gente y demasiadas vivencias que mediocres quedan al ser comparadas con lo que viene a futuro. De "demasiada gente" safa mi vieja y de "demasiadas vivencias" o "algo" safa mi pasión por el deporte. 

Podría sentarme y escribir mil palabras sobre mi pasión por el deporte, pero ya lo hice y esta vez quiero trasladar mi pasión a mi mamá.

De chiquito siempre fue una facilidad para mí demostrar cariño a mi familia, muchos besos, abrazos y declaraciones de amor que quedaron en la infancia y en el tiempo. Hoy todo es diferente, viví una pubertad y pre adolescencia terribles por ser juzgado como algo que nunca fui, por bullying, por desprecios y comparaciones de mi familia (incluyendo a mi vieja) que me tiraron muy para atrás cuando deberían haberme motivado.

Aprendí con el tiempo a demostrar cariño ante casos muy específicos y personas muy específicas que no tenían que ver con lo anteriormente nombrado. Con el tiempo las cosas cambiaron, yo crecí, cambié, maduré, conseguí una compañía que duró casi cuatro años y de esas cosas pude aprender muchísimo, y hoy puedo decir que no me olvide de darle cariño a mi vieja, porque yo la amo, pero aún hay cuestiones en mi corazón que nunca van a terminar de aclararse.

Por esto y otras cosas más puedo decir por primera vez abiertamente al público (algo muy malo a mis casi 21 años) que amo a mi mamá más que a nada en el mundo, y eso que soy muy melómano con muchas cosas y personas. La amo porque estoy acá y soy lo que soy gracias a ella y mis abuelos, porque si bien hay más familia atrás que siempre estuvo, mi ser se concentra en ellos dos, de los cuales solo me queda ella.

Yo no demuestro mucho cariño, mamá, pero algo puedo decirte sobre aquel corazón rencoroso que se acostumbró a demostrar más con otras personas: que es tuyo.

El corazón lo tuve roto dos veces, dos veces que me hicieron mierda y que si bien no quiero llevar la cuenta, es inevitable no sentir las cicatrices. Sería como querer correr estando inválido o ser un político justo: básicamente imposible.

Mi corazón es tuyo porque yo decidí dártelo, porque te lo mereciste siempre y ahora mi cabeza no barrunta más. Sos paciencia y virtud, lucha e incondicionalidad, buscas tu más profunda filantropía y la usas en tus hijos, sabes escuchar y aunque seas una vieja de mierda, mi corazón va a seguir siendo tuyo.

Llore mami, llore. Porque las lágrimas a tu familia siempre serán de felicidad o nostalgia, nunca por dolor ni malintenciones, por más te cueste creerlo.
Cocine, mi vieja nomás. Tus milanesas son horribles en serio, pareciera que le pones empeño en que te salgan asquerosas, pero con lo demás me conformo y mucho más con las chocolatadas con sabor a secundario que bien sabes que significan.
Calentate las patas, boluda. Que tus consejos a mi corazón son mejor que cualquier suspiro, borrachera, sorbo de agua u otro consejo.
Y sobre todo, gringa, no me baje los brazos que fue eso lo que mejor aprendiste de tus padres, y es eso lo que a mí me dejaste aprender de vos, sin enseñármelo.

Hoy mami, mi corazón es tuyo, y para siempre también, porque tu resiliencia me abraza y nunca me suelta.

Hoy mami, te demuestro cariño como nunca, y sera, por supuesto, también para siempre.