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viernes, 30 de marzo de 2018

Jana del Rey

Teóricamente le había dicho que escribiría esto mientras tomábamos un café.

A principios de Febrero tuve uno de los mejores episodios en lo que va del año, porque no sólo pude tomar Brahma y mate en el mismo día, sino que además tuve el valor agregado de conocer a una persona que haría que se me vuele la tapa de los sesos. No solamente por estar maravillado o sorprendido, sino porque me generó cosas que no son del todo normales en alguien que no tenía interés específico en nadie ni en nada.

No sé si habrá sido por lo rico de mis mates, o el calor que hace más atractivas a las personas, o por las cosas en común o porque estuvimos toda la tarde escuchando Bruno Mars, aunque no creo porque le jodió que no me guste tanto 'Versace on the floor'.

Los desniveles que me produjo ese día y los que vinieron después fueron tan asentados que logró confundirme muchísimo en las intenciones que tenía con ella. Porque, siendo honesto, al principio no era nada, pero creo que siempre tuve el presentimiento de que ese pensamiento pronto se iba a escapar cabizbajo.

Quiero decir, a mi consideración, encontrar a alguien en Tinder dos veces e insinuarse tímidamente respondiendo a una reflexión personal de ella, no es la mejor manera de tratar de "conquistar" a una persona. O capaz sí, pero a mi nunca me había servido. Que de hecho no sé si me sirvió, pero dejémoslo ahí.

La situación entonces era: 17 años no aparentados, estudiaba dirección de cine, lo suficientemente cinéfila como para generarme más interés, copada, le gusta Bruno Mars, se lastima los pies con facilidad, le digo Jana del Rey, y una contra destacable: hincha de River.

Todo eso y más, hasta el día de hoy, me enamora. Y sí, lees bien, me enamora. Porque son cosas que me vuelven loco y hacen que tarde o temprano me quede mirándola con cara de imbécil mientras come fideos, o baila en un boliche o me prepara el té.

Aunque destaco que soy un imbécil por otras cosas. Principalmente por darle atención a cosas que exagero porque me da el tiempo, por querer entender algo e interpretar otra cosa, pero más importante, me considero un tarado por tener cagaso de decirle que, capaz, todo lo positivo y lo negativo que me pasa es porque estoy más enganchado y muerto que no sé qué. Que capaz no me alcanza con sólo quererla o tenerle aprecio, capaz de tanto querer cosas con ella, ahora tengo una daga de doble filo que me hace tan bien y tan mal.

Capaz estaré enamorado. Y capaz lo acepto, pero si lo acepto, viene el temor de decirle que la quiero en mi compañía para algo más que acompañarla o ayudarla con el laburo, o tomar cafés en Havanna o bailar cuarteto para la mierda. Capaz la quiero porque... porque no sé. Y ahí volvemos al principio, y ya estoy harto.

Discutir es algo que adoro hacer con todo lo que genera sombra. Porque soy un jodido de mierda que tiene las mejores palabras para fundamentar lo que piensa, porque me cuesta dar el brazo a torcer, aunque capaz sea porque tengo exceso de calcio en los huesos.
Pero con ella no.

Con ella discutir es triste, me deprime, me enoja, me irrita. Ya no lo disfruto. Y es una cagada, porque si bien discutir es algo totalmente insano, a veces me divierte, y por momentos pienso que a ella le divierte más verme a mi quejándome de que no la paso bien discutiendo con ella, en vez de que yo disfrute argumentar contra ella. Lo que la convierte en otra hija de puta, pero una hija de puta en el buen sentido, no como yo.

De todas maneras y con todas las discusiones habidas y por haber a cuestas, todo me chupa un huevo.

No me importa si la cague yo, si la cagó ella. Si tenemos más desacuerdos que acuerdos al discutir. Si ella tiene razón o yo. Si entendió que quería que me compre una sartén o si entendí que ella es insegura. Todo, sí, todo me chupa un huevo.

Porque al fin y al cabo la veo y termino sonriendo de vuelta como un imbécil sin saber por qué. Porque no importa si estoy triste, deprimido, enojado, terco o lo que sea, siempre termino riéndome apenas la veo y se me va todo.

Entonces, ¿me hace bien o me hace mal? Y, mira loco, las dos. Pero te digo algo... me encantan las dos. Porque en las buenas somos las personas mas felices del mundo, y en las malas seguimos siendo felices aunque nos portamos como dos giles fingiendo que no se quieren. Y si te lo pones a pensar, eso es tierno. Además se aprende, y yo en dos meses aprendí mucho más de lo que aprendí con cualquier otra chica, ¿entendés?

Mirá que tan estúpido estaré que me cagué en mi capacidad radial y empecé a meter paratextos en donde no tienen que ir. Este relato es una garcha, pero capaz eso lo hace uno de los mejores.

La cuestión, Jana, es la siguiente. No te puedo ni quiero decir que estoy enamorado, porque sinceramente ni yo entiendo que es lo que me pasa con vos. Pero sí te digo que son todas cosas buenas, cosas de las que me enorgullece sentir por una persona tan sana y tan correcta. Porque esa gente está marcada con rojo en el mapa con la categoría "En peligro crítico de extinción".

Te lo vuelvo a repetir, me enorgullece. Por mí y por vos. Porque, como te dije el día que ganó del Potro y estaba tan contento, creo que nos conocimos en el momento justo, donde cada uno sólo puede dar lo máximo de todo lo que tiene. Y sí, eso incluye equivocarse y aprender. Pero pará, ¿en dos meses? Si es así, por algo será. Aunque no sé donde termine esto.

Pero sé que hay muchas chances de que termine en algo hermoso.

Sigo siendo un cagón del orto, sigo siendo medio débil respecto a tener estos sentimientos por alguien, pero en Serrano te dije que me la iba a jugar, y me la sigo jugando. Porque te quiero.

Y no sé si estaré enamorado, o enganchado, o capaz terminamos en la friendzone (joda), y tampoco sé si me sacaré el miedo de encima en algún momento. Pero le voy a hacer frente, y cuando eso pase, seguro esté nublado y estará sonando 'Versace on the floor'.

martes, 13 de marzo de 2018

Las cucharas de Hilda

El 21 de Junio del año 2000 mi abuela me contó una de las mejores anécdotas ficticias de mi vida. Me acuerdo de la fecha tan específicamente porque ese día Boca le ganó por penales al Palmeiras de visitante y levantaba su tercera Libertadores de su historia, de no ser por ese acontecimiento seguramente ni me acordaría de esto.

Y digo ficticias porque en realidad eran más bien historias que me contaban para que yo cerrara la boca cada vez que me ponía insoportable en los almuerzos de los domingos.

En aquel momento, las últimas jornadas de la semana no eran simplemente almuerzos. La familia se juntaba para devorar descaradamente y sin temor a faltar modales los fideos con tuco de mi abuela Hilda y, de vez en cuando, asaditos del abuelo Julio.

Aquellos domingos, yo con casi 4 años, mi diversión se repartía en comer con los dedos y escuchar las cómicas epopeyas de mi tío cuando estaba en la marina o la prefectura. Pero como todo niño en formación y con delirios de adultez, yo también quería tener cosas interesantes y graciosas por contar, así que me gustaba arrodillarme en la silla y contar como mi compañero Sebastián le tiraba del pelo a Juan Manuel para molestarlo en la salita roja.

Para mí era cómico e interesante, pero para los adultos de mi familia, era aburrido y estresante, aunque regocijante escuchar al primogénito contar sus odiseas infantiles. Pero como les superaba más la situación de cierto desinterés, se turnaban entre mis padres y mis abuelos para contarme cosas y hacerme cerrar el culo de una buena vez.

Entre tantos cambios de roles, un día mi abuela se inspiró a lo Fontanarrosa y me diseñó de manera sublime una anécdota para cada cucharita que tenía.

Vale aclarar que la colección de cucharitas de metal de mi abuela era increíblemente variada: cucharas nuevas y relucientes, viejas y oxidadas, cucharas dobladas por el uso y hasta cucharitas con microdiseños.

Entonces, a mi abuela Hilda se le ocurrió la fantástica idea de combinar su fanatismo político con las cucharas. Y empezó:

  • "Esta cucharita es una de las mejores que tengo, tiene diseños de animales en la partecita larga, ¿ves? Esta me la dio el General Perón una vez que vino a tomar café a casa, porque siempre se traía su cucharita personal"
  • "¡Uy mira esta cuchariiiiita! Es muy simple, muy humilde. Esta me la dio Arturo Illia cuando fui a su casa por una consulta médica, porque él era doctor, ¿sabías?"
  • "Já, mira vos que cosa. Esta de acá está toda doblada y fea porque es una que me quiso robar De la Rúa, se la tironeaba de un lado para el otro, ¡me quería robar la cucharita!"
  • "Nonono, esa cuchara vos no la podes tocar. Es la cuchara de Videla, no la uses"
  • "¿Vos querés saber de esta cuchara? Esta es de Galtieri, está toda abollada porque se la tiré por la cabeza y no le dí".
  • "Esta cuchara me la dio Menem cuando le dije que no quería salir con él"
  • "Y esta cucharita es la mejor. Le tengo mucho cariño porque tiene mucho valor para mí. Es la cuchara de Evita, mirá que linda que está, la usé muy pocas veces"
Fue cuestión de tiempo darme cuenta que en realidad mi abuela nunca había conocido a ningún presidente de la nación. Que mucho menos había tomado té o café con alguno de ellos. Y ni hablar que le habían regalado cucharas o querido robarle a mi abuela.

La anécdota de las cucharas, hoy que las cosas son tan diferentes, deja otra enseñanza que solamente querré compartir conmigo mismo para mis adentros. Porque por un lado es triste que a un nene se lo quiera entretener con cucharas politizadas, pero por otro es único e irrepetible aprovechar un momento para dejar en claro un concepto.

A mis casi 22 años, yo ya conocí personalmente a dos presidentes de la nación, una vicepresidente y varios intendentes, diputados y gobernadores. Por supuesto que nunca fue en circunstancia de tomar un café, ni mucho menos sería algo que quisiera hacer porque la política me la tomo muy en serio.

Y hoy entiendo a qué se refería mi abuela con "cuchara". Era más que una metáfora de lo trágico y lo polarizado de la política argentina, era más que memoria e incluso era aún mucho más que un cuentito para un nene.

Hoy estoy seguro que cada político toma café o té, o chocolatada capaz. Más seguro estoy de que cada uno tiene su cucharita cotidiana en su casa para acompañar esas bebidas. Pero yo me pregunto, ¿podré contarle a mis hijos o nietos, el día de mañana, que un político "usó" cucharitas conmigo? ¿O les contaré que en realidad cada uno tiene su cuchara personal para tomar café?

Lo que sí sé es que a mi siempre me gustó más el mate, y las bombillas son todas iguales, cumplen la misma función y nada llama menos la atención que una mísera bombilla de mate. Mejor les enseño a preparar un buen matienzo para compartir con la familia o amigos que a tener una cuchara con la cual tomar café de vez en cuando.