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sábado, 25 de enero de 2020

Juan.

Juan no sabe por qué sufre, a veces logra darse una idea del por qué, logra darle una explicación mediante recuerdos, pero después se diluye, en su rutina y en su ambiente, ese malestar emocional que siente en el pecho.

Para Juan el tiempo pasó muy rápido, su noción de cercanía con lo que le sucedió no cambió ni un poco y terminó enterrándose en la arena cual neumático. Él es consciente de que ya pasaron seis meses y un poco más, pero para él solo pasaron unos cuantos días, porque el ya no cuenta las horas hábiles del día según el reloj, no cuenta los días según el calendario, sino que valida el tiempo que fue efectivo en sus reflexiones. Y Juan no deja de reflexionar.

Desafortunadamente Juan resultó darse cuenta de lo que era capaz de hacer una persona cuando se tropezaba, pero hizo que otras se tropiecen con él y dejo inestable a su compañía.

Juan no sabe por qué sufre. Porque sabe que por lo que sufre y por quien sufre, no sufren por él. Sufre porque ahora ya nada es recíproco para él, ni la incondicionalidad de la compañía que tenía, ni tampoco el sufrimiento que causo en ella. Lo único que tiene, es su sufrimiento.

Y mientras Juan conoce a personas nuevas que no saben que sufre (porque se diluye en su rutina y en su ambiente), logra impulsarse de a poquito en curar esa parte que le falta curar. Aunque Juan podrá curar, pero olvidar es algo que no le sienta bien.

Hace poco Juan tuvo un sueño premonitorio, donde esa persona que era su compañía venía corriendo a buscarlo, se tomaba el 17 en dirección a su casa y lo iba a buscar, porque aún lo quería. Entonces Juan, que le gustaba mucho exclamar la ingenuidad que esta persona adquirió, se dio cuenta de que también él lo era.

Hoy Juan tiene gran compañía, se pasa los días diciéndose "al menos tengo su compañía", y se lamenta. Se olvida que tiene una compañía que es invaluable e irreemplazable que jamás lo abandonará, la de sí mismo. Juan sabe que la tiene, pero a veces no la aprovecha bien.

O por ahí la aprovecha, pero aún desearía que la persona que tanto lo acompañó, lo siga acompañando. 

De hecho él intentó que lo siga acompañando, hasta sus últimas gotas de sudor y lágrimas. Pero ese fue el principal motivo por el cual ya no se acompañaron más uno al otro, porque solo lo intentó él.

Un día Juan se dio cuenta de que fue el amor de la vida de alguien que ya no está, que dejó una vara altísima porque él era altísimo, hasta que decayó. Un día se dio cuenta cuanto perdió cuando lo perdió y hoy ya no sabe si eso lo recuperará algún día.

Juan habló y se sinceró deseándole un futuro próspero, unos éxitos rotundos y guardó un lugar dentro de sí para ella, por si las moscas volvía. Ella lo extrañó al día siguiente y se sintió querido de nuevo.

Juan debió haber sabido que en ese preciso instante tenía que tomarse el tren y hacer 11 kilómetros hasta el sur y tocar su timbre, pero no lo hizo.

Ese día Juan supo que sufriría hasta que ella, quien supo ser su mejor compañía, se acordara de él. Porque él no sabe si es recordado con una sonrisa, con enojo o con indiferencia, solo sabe que es recordado, y le enoja que se ignore eso. Porque Juan está de brazos abiertos, y lo estará siempre, esperando ingenuamente.

Y aunque su compañía le halla dicho que no acompañaría a cada imbécil que se le cruce, él sabe que ella disfruta de ser acompañada. Y se pone contento, porque sabe que sonríe.

Ese día Juan se dio cuenta que ya nada sería lo mismo, pero se dio cuenta que, al mismo tiempo y dado lo explicado, la querría siempre.

Juan sabe que esto no terminó acá, pero tal y como aprendió de Juana, está disponiéndose al destino con una sonrisa que cada día se hace más grande. Y él sabe que eso no se lo debe a más nadie que a sí mismo.

Y llegará un día, en su calendario o en su reloj especiales, en el que Juan dejará de ser tan Juan.