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miércoles, 19 de julio de 2017

La estufa de la seño Moni.

En el 2001, en un colegio muy conocido que queda a la vuelta de mi casa, en algún lugar de Villa Domínico, la señorita Mónica descubrió la mejor manera de entumecer a todos los nenes de la salita roja.

Nunca una maestra jardinera había tenido una idea tan eficaz hasta el día de la fecha, porque fue accidental, improvisto, pero inexorable. Éste descubrimiento fue sublime, revolucionario, impulsor de nuevas metodologías de la enseñanza y pedagogía.

Ese día hacía mucho mucho frío, los nenes iban con el pantalón y el delantal del colegio por encima del pijama y con camperas que les llegaban hasta las pestañas; la encargada de la cocina, Lila, se había olvidado de comprar los sacos de té para los nenes de las salitas verde, roja y azul, y para colmo, la seño Moni había tenido un encontronazo con la directora Alicia. En ese entonces éramos muy chiquitos y no entendíamos mucho, pero seguro era por el salario, por una licencia o por una queja de un papá.

La seño Moni era un ángel, los nenes entraban con ganas al colegio porque sabían que iban a tener un buen día, con té calentito y galletitas marca Okebon.
Ella muy pocas veces debió haber tenido problemas con alguien, y si los tuvo, con nosotros escondía su cólera para darnos su mejor sonrisa.

Ese día de grados bajo cero, el día de la discusión de Mónica, nosotros los nenes nos cagamos en las patas, como si no conociésemos a nuestra Moni angelical con sonrisa de princesa que nunca nos retaba.
Fue un día de anécdotas interminables, porque el día había empezado muy bien: yo le había pedido a mi vecina Doña Ivonne que me arranque tres florcitas de su planta, una para ella, otra para mi mamá y otra para la seño Moni; fue la primera vez que le toqué la mano a una chica que se llamaba Julieta; y fue la primera vez que no traje mis zapatillas repletas de tierra por jugar en el arenero, porque la seño Moni se había enojado, y eso me mató.

Después del encontronazo, la seño Moni cerró la puerta muy fuerte, la directora volvió a la dirección, María Belén se puso a llorar, Tomás molestó a Sebastián y Magalí se asustó. Mientras tanto, la seño Moni quiso recibir el invierno con un cálido abrazo. Agarró la estufa eléctrica, una determinada estufa con rejilla que incineraba a las moscas cuando le pasaban por delante, y la enchufó a la pared.

-No quiero que nadie toque esta estufa -nos dijo furiosa-, o me voy a enojar mucho.

Y nos quedamos atónitos, María Belén dejó de llorar para taparse la cara con la corbata, Tomás dejó de molestar a Sebastián y se agarró del asiento de la silla con fuerza y Magalí ya no estaba asustada, estaba al borde del colapso. Entonces, Moni se sentó.

-Vamos a leer un cuento, vengan a la alfombra -nos dijo.

Y como Speedy González dejamos todo y fuimos corriendo a la alfombra bajo el calor de esa estufa monstruosa, que seguía chamuscando a las moscas.

La seño Moni empezó a leer el cuentito con voz angelical, pero esa voz angelical no era de corazón, era fingida, pero para nosotros fue como una palmada en la espalda diciendo "Estoy enojada, pero no con ustedes". El cuento iba por la mitad y a algunos ya nos pintaba el sueño, porque eran las 9:30 de la mañana y recibíamos el calorcito de esa estufa que ya parecía una chimenea. Todo iba muy bien.

Pero en un momento, Mariano llamó a Sebastián, el quilombero. Como era de esperar, Sebastián, que estaba muy lejos de Mariano, se acercó gateando lentamente hacia él de manera tal que la seño Moni no se de cuenta, podía escucharse la música de Misión Imposible de fondo, y de hecho pudo haber sido una misión cumplida de no ser por una sola cosa. La estufa.

Sebastián era un ninja, se camuflaba con el delantal rojo de sus compañeros, era más silencioso que un jaguar acechando a su presa, gambeteaba como el Diego y tenía visión de águila con un objetivo en la mira: Mariano.

Él estaba por llegar, y a pocos centímetros de Mariano, cuando se preparaba para ponerse de pié, la botamanga del joggin se le engancha en una de las esquinas de la estufa, Sebastián se para lo más pancho y de repente plaff, la estufa con rejillas que parecían al rojo vivo, se cae arriba de la alfombra.

Como un depredador, la seño Moni levanta la mirada, lo ve a Sebastián, Sebastián la ve, ella cierra el libro, Sebastián se va a la mierda y la seño pega el grito:

-¡SEBASTIÁN!

La seño Moni levanta la estufa sin quemarse las manos, agarró a Sebastián del brazo y le dice:

-¡¿Vos no te cansas de hacer lío?! -y lo mandó a la dirección.

Ese día Sebastián se llevó una mala nota a su casa, el peor castigo para nosotros. A partir de ese día yo aprendí que compartir una sala roja es más que ir al colegio para que te enseñen, sino para entender como funciona el mundo, para colmo en un año tan controversial. Ese día me di cuenta que hasta la persona más angelical puede tener su punto de ebullición sin dejar de ser un ángel, aprendí que el sentido del peligro existe, que un día de enojo puede durarte para toda la vida, aún si no sos vos el enojado.

Y es hasta hoy que vuelvo a ese colegio, que camino por el pasillo, doblo a la derecha y sé que está el aula donde cursé mi salita roja. Es hasta el día de hoy que me cruzo a esta persona tan angelical e inclusive sigo recordando y teniéndole miedo a la estufa de la seño Moni.

4 comentarios:

  1. Fran,me encanto tu relato,que DETALLISTA.Con amor la seño moni!❤

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  2. Muy bueno. ¿los genes del abuelo? Graciela

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    1. Gracias Graciala, genes hay varios por acá pero parece ser que los del viejo se activaron más.

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