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domingo, 29 de enero de 2017

El ocaso de su Majestad

Cómo fanático del deporte en general y por tener en mi memoria grandes momentos o deportistas que marcaron una época en la que yo todavía no existía o no tenía la suficiente conciencia, le tengo mucho respeto a aquellos que vieron grandes cosas, hazañas que no se van a repetir y que, de repetirse, se presencia un milagro.

Qué se yo, pongamos unos ejemplos: Los tres Mundiales de Pelé, las siete Copas Libertadores de Independiente, el Mundial del 86' ganado por Diego y sólo Diego, Muhammad Alí dejando a Sonny Liston tirado en el ring, Fangio en la cima del mundo, Nadia Comaneci siendo perfecta e inigualable, John McEnroe, Jimmy Connors, Guillermo Vilas, Larry Bird, Magic Johnson, Michael Jordan, Johan Cruyff, Alfredo Di Stéfano y estoy hasta la madrugada si quiero...

Disculpen si narro como el culo, pero con 20 años y haber vivido o presenciado o sido testigo de varios hitos en la historia del deporte y sorprenderme para después ver lo que ví hoy a la mañana, me tiene loco.

Es cierto eso, viví y fui testigo de otro montón de deportistas que hicieron historia: Manu Ginóbili, las 5 temporadas de Michael Schumacher cómo el número 1, las 23 doradas olímpicas de Michael Phelps, Usain Bolt haciendo ver humo a todos los de atrás, LeBron James haciendo de Miami y Cleveland los mejores, Lionel Messi siendo único y acarreando un Mundial que perdió injustamente, etcétera.

Pero si me quedo con un momento, una rivalidad y un par de deportistas en el mundo que hicieron que al planeta le den escalofríos cada vez que se agarraban, son Roger Federer y Rafa Nadal debatiéndose títulos, sudor y pasión hace más de 13 años.

Protagonizaron el mejor partido y la mejor final de cualquier torneo de tenis jamás habido: la final de Wimbledon del 2008: cinco sets, casi cinco horas de partido, Nadal campeón después de dos años de ser segundo y un Federer que se dió cuenta que el único que lo podía bajar del trono era él. Así hubo un montón de enfrentamientos (35 hasta hoy, de hecho), de los cuales solamente les di pelota a las finales.

La última final entre estos dos monstruos fue en 2011, en Roland Garros. Nadal le ganó a un Federer que, se suponía, podría jugar la última final de Grand Slam de su carrera.
Pero los mejores de la historia siempre tienen algo más para dar, su momento no termina hasta que pasen los años y llegue alguien mejor. Y así llegó el Australian Open de este año.

En Australia y en el mundo nadie se pensó que estos dos se iban a enfrentar de nuevo en una final de Grand Slam, porque la edad juega malas pasadas, y si bien Rafa es bastante más joven, no es el Rafa del 2004 que supo ganar 9 Roland Garros o hacerle frente al Roger del momento en Wimbledon. Pero la historia da giros muy pronunciados antes de definirse, y estos dos tipos supieron apretar el freno y virar para no irse a la mierda.

Después de aquella final de Wimbledon en 2008, la del Australian Open 2017 es la mejor. No sólo por el nivel y la bestialidad que jugaron los dos, sino por lo inesperado que fue y por cómo supo hacer que el mundo deportivo ponga una sonrisa de oreja a oreja.
De vuelta, en cinco sets, Federer le ganó un partidazo a Nadal, con muchos errores de los dos y con mucha magia de los dos. Yo quería con ansias que gane Roger, porque si le queda kilometraje, le da para dos años más, y un tenista a los 35 o 37 años ya no es lo mismo. En cambio, Nadal tiene 30, y tiene para un cachito más.

Los banco a los dos, pero más a Federer, que me da el gusto y la tranquilidad de saber que de todas las personas amantes del deporte no han visto a alguien mejor que este tipo. Ni McEnroe, ni Connors, ni Borg, ni Vilas, ni Agassi, ni Lendl, ni Sampras, ni tampoco el mismísimo Rod Laver. Les saqué ventaja a muchas personas más grandes que yo, y a otras que vendrán, que no habrán visto nunca jugar a Federer.