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domingo, 1 de agosto de 2021

La verdad sobre el Empréstito a Baring Brothers & Co.

El 19 de Agosto de 1822, el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires decidió que, bajo la gestión del entonces Ministro Bernardino Rivadavia, se pediría un préstamo de cuatro millones de pesos a valor nominal a la banca de Baring Brothers & Co.

La provincia todavía seguía constituyendo su autonomía a seis años de la declaración de la independencia, de modo que la intención principal, según datos históricos, era destinar ese dinero a obras masivas en el Puerto de Buenos Aires, crear un par de ciudades e instalar agua corriente en zonas aledañas.

Entonces, con la indicación de Rivadavia, los negociadores encabezados por Braulio Costa, se fueron a Londres a cerrar el acuerdo por un millón de libras esterlinas que, con el tiempo, se tomaría como una de las estafas más deshonrosas y humillantes a la patria.

El colmo estuvo en que, al momento de contraer el préstamo, y fuera de lo esperado, la banca inglesa propuso financiarlo a un ochenta y cinco por ciento del valor nominal. Entonces, los negociadores propusieron emitir el certificado de deuda con un setenta por ciento de colocación nominal y el quince por ciento restante sería deliberadamente comisionado entre la banca y los encargados de la negociación. O al menos eso se dice.

Pero la verdad, que nunca salió a la luz hasta el día de publicadas estas palabras, fue otra.

Resulta que antes y durante las invasiones inglesas al Virreinato del Río de la Plata, se registró en los controles costeros del Puerto de Buenos Aires, una serie de incidentes marítimos y naufragios llamativamente repetitivos. Las embarcaciones militares y capitanías navales tomaron cartas en el asunto y se encargaron de reportarlo a las autoridades estatales. Recuperaron restos, distribuyeron la carga que los naufragios traían y registraron testimonios de los tripulantes de cada navío.

Para sorpresa de las autoridades, la mayoría de los entrevistados a través de los años, habían declarado haber chocado con infraestructura submarina del puerto o que habían sido emboscados por algo en movimiento que, según los navegantes, serían restos de alguna nave desmantelada durante las invasiones o bien algún elemento contundente que se encontrara anclado en el fondo.

En cualquiera de los casos, las declaraciones serían incongruentes, porque el Río de la Plata era cómodamente profundo para embarcaciones pesadas y los navíos mercantes obviamente fondearían lejos de cualquier zona de riesgo de conflicto bélico. Sin embargo, al presentar los testimonios al Ministro de Relaciones Exteriores un año después, Rivadavia ordenó confiscar y suspender los registros notariales sobre los naufragios indeterminadamente y llevar a cabo una investigación confidencial en todos los sectores donde se habían reportado incidentes.

El informe de la investigación que le llegó un mes después fue insólito. Todas y cada una de las fragatas militares que se habían desplegado en las zonas de colisión habían reportado "(...) repentinos avistamientos de criaturas marinas semejantes a las ballenas, con cuellos largos y de tamaño similar a los navíos mismos".

Sorprendido, Rivadavia exigió ser testigo de uno de esos reportes y partió en la madrugada del 9 de Julio de 1817 hacia zonas más profundas del Río de la Plata en una fragata copada con la élite de la marina nacional. Aquello que vio lo desconcertó tan a sobremanera que decidió declarar un alerta a todas las capitanías militares sobre estas criaturas para que, con métodos de carnada de diferentes cebos, se las alejara del puerto y se las dirigiera hacia el Océano Atlántico, por el mayor tiempo posible.

Ya en 1822, Rivadavia se reunió con el Gobernador Martín Rodríguez y le comentó toda la serie de eventos de algunos años atrás. Ambos coincidieron en no solo mantener todo en secreto, sino que ante la falta de soluciones para lo que ellos crían un problema, decidieron recurrir a la asistencia de algún organismo que faculte las herramientas para deshacerse de estas criaturas. Y así fue como se concluyó en el consentimiento de la Junta de Representantes de Buenos Aires para ir en búsqueda de un préstamo a la banca Baring Brothers & Co., que si bien se creía necesario para la inversión pública, gran parte del capital se destinaría para la otra cuestión.

El viaje a Londres no fue exclusivo para el empréstito, porque además se sabía gracias a las historias urbanas que Martín Rodríguez había escuchado de Manuel Belgrano tras su viaje en 1815, que Inglaterra contaba con conocimientos sobre este tipo de seres vivos y que podrían ser de gran ayuda. La Banca se reunió con los negociadores argentinos, que más que a negociar fueron a recibir asesoramiento de prestigiosos zoólogos, entre los cuales se encontraba Edward Bennett, quien sería Secretario de la Sociedad Zoológica de Londres en el futuro, y acordaron los términos del auxilio.

Al regresar de forma secreta a la Argentina, Braulio Costa y Miguel Riglos le presentaron a Rivadavia un "Plan de Contención y Reubicación" copiado al que los ingleses habían tenido con criaturas similares que ellos llamaban Afancs, que habitaban en los mares de todo el Reino Unido y que eventualmente supieron reubicar en diferentes lagos remotos de Gales para evitar que fuesen vistos.

La intención de Rivadavia fue seguir al pie de la letra la adaptación de ese plan. Su idea era construir una especie de trampa en aguas poco profundas, intentando atrapar con redes reforzadas a estas criaturas y, una por una, llevarlas al sur del territorio, a aguas glaciares y donde había menos densidad poblacional. Pero no salió bien.

La cantidad de criaturas era masiva, a veces las embarcaciones no soportaban el peso de los ejemplares adultos, las redes se rompían seguido y, además de tardar demasiado en la reubicación, casi la totalidad de ellos eran cazados para ser una especie de trofeo para los tripulantes o bien fallecían tiempo después de sumergirse en las aguas tan frías del sur.

Con el tiempo, hasta Bernardino Rivadavia terminó enterándose de la caza de estos seres vivos, pero no le otorgó importancia e incluso llegó a ocultárselo a Martín Rodríguez para que su autoridad no interfiriera en el asunto.

Al pasar los años y con el Puerto de Buenos Aires reformado, se levantó la prohibición de registros de naufragios a las inspecciones costeras, a sabiendas de que aún había varios ejemplares de éstas criaturas, pero que ya no era la cantidad incontrolable que había antes.

Muchos años después, a mediados de 1876 y durante la presidencia de Nicolás Avellaneda (que era sabedor de los eventos del Río de la Plata gracias al testamento confidencial de Rivadavia), un conservacionista y geógrafo llamado Francisco Moreno, se reunió con el presidente en Buenos Aires y acordó la financiación de la expedición que realizaría a la Patagonia para establecer límites geográficos con Chile, pero con una peculiaridad que no podía hacerse esperar.

Nicolás Avellaneda se había interesado exageradamente en las experiencias de Rivadavia, de manera que se embarcó al Río de la Plata varias veces al mes durante un año para intentar avistar lo que una vez su antecesor vio. Y lo logró. En aguas poco profundas y a tempranas horas de la mañana, atrapó a cuatro ejemplares muy jóvenes de estas criaturas que él llamaba "bestias" cariñosamente.

Después de llevarlas al Riachuelo y soltarlas en una suerte de represa que había construido especialmente para estos animales, el presidente le explicó a Francisco Moreno que ya no era posible seguir ocultándolos, que más temprano que tarde tendría que desmantelar esta represa porque el plan de inmigración que estaba por iniciarse tras la crisis económica afectaría a toda la zona adyacente al Puerto de Buenos Aires, y la vida de las criaturas podría llegar a correr peligro.

Entonces, Moreno le comentó a Avellaneda sobre un lago que en Enero de aquel año había visitado a desembocaduras del Río Limay, entre las provincias de Río Negro y Neuquén, donde las aguas tenían una temperatura adecuada para aquel tipo de animales y que, al ser un lugar casi despoblado, la integridad de los animales estaría fuera de riesgo. Encantado, Avellaneda aceptó.

Como las bestias de Avellaneda no eran pesadas ni de gran tamaño, se le indicó a Moreno que las traslade en tanques de madera en la embarcación que emprendería hacia el sur, con la única particularidad de desviarse hasta aquel lago (hoy conocido como Nahuel Huapi) para, cautelosamente, dejar a estas bestias en libertad y luego quemar los cuatro tanques de madera donde se las trasladaba.

Nunca nadie se volvió a enterar de aquellas bestias. Ni Moreno, ni Avellaneda, ni nadie. Hasta que un día de 1897, le cuentan al Doctor Clemente Onelli que en aquel lugar, se suele ver algo que «sale de los lagos de noche, posee el cuerpo del tamaño de una vaca y deja huellas como las de un pato gigante». Hasta hubo algunos (o sigue habiendo), que decían que era un plesiosaurio. Pero sin embargo, algo debió saber Onelli para decir:

«Vea, che... también puede ser que me haya sido forzoso, para que se realice este nuevo reconocimiento, recurrir al extremo que supone la historia del plesiosaurio, sin cuya quimera no tendríamos expediciones ni nada».

La historia argentina te dice que el 19 de Agosto de 1822 se aprobó la solicitud de un préstamo. Te dice que el 1 de Julio de 1824 llegaron un millón de libras esterlinas que se invertirían en obra pública pero que un porcentaje se lo robaron, que tal empréstito fue una traición a la patria y que a pesar de a las invasiones inglesas no hubo accidentes o naufragios en aproximadamente cuarenta años. Te dice que Francisco "Perito" Moreno no se dirigió al Lago Nahuel Huapi en 1876, sino hacia el Río Santa Cruz, y que no existe tal cosa como esas bestias.

Yo te cuento algo diferente.