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martes, 21 de septiembre de 2021

La poetisa del mar

La vida de los poetas siempre fue así, carente de sencillez. Pero si me preguntan sobre los poetas, diría algo más elaborado pero inequívocamente significaría lo mismo; todos los poetas, son más por sus dramas que por sus poesías.

Es gracias a lo que sabemos de los poetas, que hoy existe un pavimento para nuevos desdenes que todavía ni nos imaginamos cuales serán, pero que en un principio nos ayudó a ordenar y clasificar algo que en los 1900, por ejemplo, era algo tan misterioso y personal como el drama.

Ojo, no podemos clasificar el drama , pero sí a los dramaturgos, para poder entender qué radicaba en ellos y por qué. Podemos hablar de Kafka y su aparente trastorno de la personalidad, de García Lorca y la homofobia, la cuestión política de Neruda, la ansiedad de Pizarnik, e ir desde los tintes reivindicativos de Machado hasta la epicidad de Borges.

Y me agradaría decir que el caso de Alfonsina Storni no es distinto, pero lo es.

La lectura poética nunca fue mi fuerte ni mi gusto, siempre me gustaron los textos más largos, con anécdotas contadas con otros hilos y con desenlaces poco predecibles, pero lo que supe de Alfonsina Storni hace no mucho, me hizo entender varias cosas.

Hace exactamente un mes, el 20 de Agosto del 2021, fui con mi amiga Joana a conocer el mirador de la torre de la Galería Güemes. El celador nos llevó hasta el punto más alto del edificio y pudimos ver en 360° gran parte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires junto a una pareja de viejitos cansados. Cuando llegamos, muy amablemente nos saludaron y se presentaron, se llamaban Camilo y Belinda, él de setenta años y de Galicia, y ella de setenta y dos y de Lugano, pero no de Buenos Aires, sino de Suiza.

Estaban agitados por subir las escaleras, nos contaban que hacía cuarenta años que estaban viviendo en Argentina, que por diferentes cuestiones familiares de ellos se vinieron a ver a la madre de Belinda, que había nacido acá y que desde entonces nunca se volvieron a Europa. Nos contaban que les gustaba mucho salir a caminar por Buenos Aires, por la costanera o bien por microcentro, «por la mística, la cultura y la poesía».

Mi amiga Joana es muy fanática de la poesía, me ganó en el interés y les preguntó: "¿Por qué por la poesía?", y la respuesta nos volaría la cabeza.

Belinda empezó a contarnos que su madre, Carla, era argentina, pero que había vivido unos años en Suiza porque siempre quiso conocer la ciudad natal de sus abuelos paternos (o sea, los bisabuelos de Belinda), y que después de oportunamente conseguir trabajo, se casó y tuvo a Belinda allá.

Los bisabuelos de Belinda eran de Bellinzona, pero luego de que uno de ellos, Gregor, fuera contratado como empleado de mantenimiento de barcos pesqueros en el lago de la localidad, él y su esposa Elvira se mudarían a Lugano, pero unos años más tarde, a mediados de 1896 y gracias a las políticas de inmigración de los gobiernos liberales de Argentina, el matrimonio decidió emigrar en búsqueda de una mejor vida.

Cuando partieron desde Génova, Italia, - nos contaba Belinda - Gregor y Elvira conversaron cordialmente con un matrimonio que se embarcaría también hacia Buenos Aires. El matrimonio era el de Paulina Martignoni y Alfonso Storni, argentinos que luego se irían a San Juan, donde estaba su familia, y ni se imaginaban lo que estaría a punto de sucederles.

En pleno altamar, repentinamente el clima empeoró , diluviaba a cántaros, las personas a bordo no escuchaban más que truenos y muchos de ellos pensaron que se iban a morir por los golpes que las olas le daban al crucero. En el alboroto, Gregor escuchó a Paulina pedir ayuda a los gritos porque su marido, Alfonso, había resbalado y caído al océano, y cuando salió desesperado a la cubierta para intentar ayudarla, quedó atónito por lo que vio.

En el medio de una tormenta descomunal, cuando Gregor llegó a levantar a Paulina del suelo, ambos vieron asomarse desde el borde del barco a una criatura enorme, con forma humana, de color azul y gravemente herida, que sostenía en una mano a Alfonso quien, a su vez, tenía en brazos a un bebé, con rasgos similares a los de la criatura, y que luego de reposar a ambos en la cubierta del barco, se zambulliría de nuevo en el océano, para que en cuestión de minutos la tormenta se esfumara.

Alfonso estaba en shock, parecía haberse olvidado de cómo parpadear, Paulina y Gregor le hacían preguntas pero no respondía, solamente bajaba a la mirada para ver al bebé, que a medida que lloraba iba perdiendo los rasgos similares a la criatura para adoptar más los rasgos humanos de Alfonso, quien se daría cuenta que no era un bebé, sino una beba, a quien le dedicó sus primeras palabras después del shock: «Alfonsina, dispuesta a todo».

Cuando llegaron a Buenos Aires, Alfonso y Paulina se despidieron de Gregor (quien en Argentina se haría llamar Gregorio) y Elvira, con quienes acordaron no decir una sola palabra de lo que había sucedido en altamar, y jamás se volvieron a ver. Solo supieron que los padres de Alfonsina registrarían su nacimiento hasta muchos años después, manifestando que había nacido en Suiza, en la ciudad donde ellos habían vivido un tiempo.

Pasaron los años, Gregorio y Elvira se establecieron en Buenos Aires, ambos con empleos medianamente decentes y hospedados en una pensión compartida en el barrio de San Telmo. El episodio del barco nunca lo habían traído nuevamente a la luz y jamás escucharon algo sobre Alfonsina o sus padres, hasta que un día de 1916 y gracias a las revistas de la ciudad que leía Elvira, vieron en uno de los poemas la firma «Alfonsina Storni». Al verla, ambos quedaron atónitos, porque sabían exactamente de quien se trataba.

Con el tiempo, Alfonsina se fue convirtiendo en una intelectual reconocida en la comunidad de escritores y poetas rioplatenses, más en su condición de mujer en aquella época, pero aún así y para sorpresa de Gregorio y Elvira, nunca se sospechó nada sobre sus orígenes, nadie supo nada, quizás ni sus hermanos ni sus hijos supieron quien era ella realmente o de donde venía.

A fines del año 1935, Alfonsina había superado una operación consecuente del cáncer, y se hospedó en una casa de la calle Suipacha en Buenos Aires, Elvira se enteró y le dijo a su marido de ir a visitarla, pero Gregorio se negaba, decía que no correspondía, pero aún así, Elvira lo obligó. Se presentaron como "amigos de sus padres", pero Alfonsina era demasiado paranoica, se desentendió y les cerró la puerta en la cara.

Desde entonces, tanto Gregorio como Elvira quedaron consternados por su imprudencia, pero sabían que, de alguna manera y en algún momento, tendrían que hablar con ella. Gregorio insistió demasiado, fue tres veces más a su casa y hasta llegó a esperar a que saliera en dos ocasiones para hablar con ella sin éxito alguno, motivo por el cual Alfonsina decidiera mudarse al Edificio Bouchard, para librarse del acoso de Gregorio.

Sin embargo, algo debió haber reflexionado Alfonsina para que finalmente decidiera recibir en sus condiciones de salud y en su propio departamento a Gregorio, quien nuevamente se las había arreglado para dar con ella.

Alfonsina lo invitó a pasar a su habitación, despachó a la mujer que la ayudaba con las tareas del hogar y quedaron solos. Él le comentaba, con mucha vergüenza, como era que había conocido a sus padres, en qué condiciones y qué había vivido junto a ellos en altamar, y para su sorpresa, Alfonsina era consiente de lo que le estaba contando.

En una charla que duró más o menos tres o cuatro horas, Alfonsina le confesó a Gregorio que ella no era humana, o que en realidad era «mitad humana y mitad algo más», que era hija de su padre Alfonso, más no de su madre Paulina, porque cuando salió del océano necesitó que su verdadera sangre se mezclara con la sangre de algún humano para poder vivir en un mundo fuera del agua. Le contaba que aquella criatura gigante y malherida que la dejó en brazos de Alfonso, era en realidad su verdadero padre, quien la estaba salvando de una guerra civil que existía bajo los mares, y que fue quien le indicó a Alfonso, cuando cayó en el océano en medio de la tormenta, que por favor se llevase a su hija.

Alfonsina mantuvo contacto con Gregorio, incluso cuando se mudó a Mar del Plata, dejándole escrito el número de teléfono del hotel donde se hospedaría para que la llame seguido y así pudieran seguir conversando. En sus últimos días, Alfonsina le confesaba a Gregorio que siempre tuvo una fascinación incrédula con el mar, quizás porque de allí venía, quizás porque extrañaba a alguien , quizás también porque ya no extrañaba nada. Pero que todas sus mayores desgracias, empezaban y terminaban en el agua: que sus llantos en los barrancos del Río Paraná no eran simplemente llantos, sino que se reunía con seres de su familia para consolarse, que entendía que su padre Alfonso fuera tan melancólico después de su episodio en altamar, que cuando ella jugaba en las playas de Mar del Plata fantaseaba con que alguno de sus hermanos del agua la viniera a visitar, que si ella caminaba por algún río de Colonia en Uruguay lo hacía descalza para así recordar de vez en cuando cómo se sentía estar en casa, pero sobre todo entendía que la guerra submarina por la que tuvo que irse aún seguía librándose, porque la ola que la golpeara tan fuerte en el pecho y que luego le ocasionara el cáncer de mama no fue simplemente una ola, sino alguna bestia del mar que vio en ella una oportunidad de atacar a alguien del bando contrario.

Gregorio habló por última vez con Alfonsina una tarde del 25 de Octubre de 1938, quien finalizó la llamada con un "Gracias Gregorio, y disculpe por la tormenta de la vez aquella". Nervioso, llamó cientos de veces al mismo teléfono sin recibir contestación alguna, para que al día siguiente se desayunara el verso de 

"si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido...".

Hay dos versiones sobre el nacimiento de Alfonsina; una dice que nació en Suiza y que la registraron unos días después; otra dice que nació en altamar.

Existen dos versiones sobre la muerte de Alfonsina; una dice que una madrugada de Octubre de 1938 se arrojó desde una escollera en Mar del Plata, suicidándose; otra dice que simplemente fue a caminar, se adentró en el mar, feliz por primera vez en su vida y nunca más se la volvió a ver.

Pero es una sola la historia de vida que se cuenta sobre Alfonsina, sobre quien fue, cuales fueron sus problemas y cómo los usó ella para convertirse en una poetisa del drama; yo hoy te cuento por qué fue la poetisa del mar.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Carta para el Franco de Cincuenta años.

Bueno, acaban de pasar dos días de que cumplí veinticinco. Yo sé que me vas a leer en algún momento, y aunque falta una banda, hay un par de cosas que me gustaría que me cuentes, pero no hace falta que te apures, sé que falta mucho.

No me vas a dejar mentir, nunca nos sentimos de veinticinco. Con una pandemia encima y casi veinte meses de envejecimiento tirados a la basura por tan estáticos que estuvimos en nuestras casas, es de esperar que no nos haya caído la ficha a tiempo de la edad que teníamos.

De todas maneras, cayeron otras fichas. Cuando tenía veintitrés, jodía con mis amigos diciendo que me asustaba saber que en siete años tendría treinta, nos reíamos y la dejábamos pasar, pero una pandemia después y que, después de un parpadeo, a esos veintitrés se le hayan sumado dos más, es un susto un poco mayor. No tanto un susto por el número, sino por la sensación de que lo que teníamos para los veintitrés, no se renovó mucho al pisar los veinticinco.

No estoy ni a la mitad de mi carrera, no sé si debería estudiar otra cosa, no sé todavía lo que es un trabajo en blanco, no tengo un auto, ni novia, y me cansa un poco la misma rutina de siempre, yéndome a dormir pensando que esa realidad tiene que durar un día más.

No jode tanto lo de la novia, pero lo otro me quita horas de sueño, a veces ni siquiera duermo y, cuando me reflejo en semejantes, no logro entender qué estaré haciendo mal, o qué me faltará hacer, para competir (sanamente) con la realidad de esa persona.

Ya sé, deja de cagarme a pedos, no sé ni qué mierda estás pensando pero te conozco y sé que es lo que me podés llegar a decir, pero bancá un toque, hago lo que puedo con lo que tengo. Vos lo sabés.

Lo que te puede servir de Tafirol para el dolor de cabeza que te estoy causando, es que en realidad sí me di cuenta de lo mucho que me falta por vivir. O sea, son veinticinco años, pensar que esto te va a llegar dentro de cinco lustros me vuela la cabeza, no puede ser que hoy sea tan joven y que todavía no lo sepa, que no caiga en el tiempo que me queda para aprovechar e invertir. Pero me es imposible pensar que los podría haber vivido de una manera diferente.

Quisiera que sea al revés y que me digas vos cómo son las cosas en tu vida del 2046. Y no me refiero a si los autos vuelan, o si ya se puede viajar a Marte en el aéreo que para en la esquina, o si las compras que hacemos por MercadoLibre llegan a través de un drone a hélice de avanzada IA, o esas pelotudeces. Es más personal.

Quiero saber cual es tu título, o si tenés más de uno, quiero saber de qué trabajas, si los plazos fijos siguen existiendo o si mágicamente te hiciste millonario por alguna cosa medio rara que descubriste, si el lugar donde estás viviendo es aquel donde hoy yo quiero estar, si la vieja está bien, si el Peugot 208 sigue siendo un autazo, si tu hija se llama como yo sé que se va a llamar, si ahora el daltonismo tiene cura o si es un motivo para hacernos famosos, si te hiciste un tatuaje que te dolió hasta el ano o si simplemente tenés la capacidad y la tranquilidad mental de decir "Sí, querido Franco delgado con pelo largo del 2021, al final llegamos a los cincuenta siendo felices, no te preocupes".

No te pido mucho.

O mejor dicho, es un montón, sí, pero por ahí sabés que me estoy haciendo el boludo para disimular que estoy un toque desesperado e intranquilo. No es tanto por tus respuestas, sino sobre cómo obtenerlas para responderme a mi yo de ahora, dentro de cincuenta años.

Al fin y al cabo, ese vacío que sentimos desde el 2014 sé que está ahí y que es la madre de todas las variantes raras de mi futuro, para bien o para mal, per al menos quisiera saber si aprendimos a lidiar con esa responsabilidad, pero okey, somos supersticiosos y tuvimos que recurrir a escribir (lo mejor que sabemos hacer) para calmarnos. Bah, capaz vos ya estás calmado.

A groso modo, si lo único que nos queda y que sé que va a perdurar hasta que me respondas, son los recuerdos, yo te aseguro que te los voy a dejar en la caja fuerte, con la contraseña de siempre y con un easter egg que diga "si lees esto es porque tenés cincuenta año y sos un viejo puto", así explotamos juntos.

Y a modo de cierre, así no te hago enojar causándote calvicie, te quiero decir que te quedes tranquilo, sé que responderle a la gente que eventualmente venga a preguntarnos aquello que queremos responder, ya no me como el mundo insolentemente como antes, empecé a laburar con lo que somos hace no mucho, tengo muchas ganas de saber de vos y te prometo, con toda seguridad, que vamos a seguir siendo futboleros, peronistas y de Zona Sur para toda la vida.

P. D.: apenas pueda, te voy a dejar un grabado en algún lugar de la Ciudad Autónoma o de Avellaneda, para que lo leas y digas "fua, re boludo el que escribió esto". No para que hagas nada, es por la épica nada más. Cuidate mucho.