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sábado, 30 de abril de 2022

Antología de cómo endulzar a Choferes de Transporte - La mentira canalla

Cuando se trata de fútbol, a veces es mucho más fácil.

Todo el mundo sabe que en Argentina se vive alrededor de tres cosas: las quejas por los políticos, el fútbol y los descansos del fin de semana. A mi me tocó, increíblemente, todo junto.

Era el viernes seis de Noviembre del dos mil quince, me acuerdo muy bien porque todo el país vivía en una burbuja insoportable de indignación e incertidumbre por dos cuestiones: primero, porque por primera vez en la historia argentina se había llegado un balotaje en las votaciones presidenciales, la mitad del país quería que se vayan los kirchneristas y la otra se cagaba en las patas si ganaba Macri, ya sea por las campañas o por los noticieros, no se hablaba de otra cosa; y segundo, si se hablaba de otra cosa, era del robo histórico que le habían propiciado a Rosario Central hacía dos días, cuando perdió contra Boca por culpa del árbitro Diego Ceballos.

Además, aquel viernes a la mañana, el tránsito estaba colapsado por los viajes del fin de semana y yo me estaba yendo a la casa de una ex novia porque nos íbamos a pasear al Tigre al día siguiente. ¿Dónde más podía estar yo que no sea arriba de un remís?

En contexto, si bien siempre fui hincha de Boca, no me daba la cara para negar o desatender las injusticias por las cuales se veía notablemente favorecido. Obviamente, hasta hoy, cuando se trata de equipos grandes o que tienen un movimiento de capitales importante en el fútbol argentino, siempre se inclinan la cancha y la balanza, y Boca no era el único, pero sí era, para aquel entonces, a quien más descaradamente querían favorecer.

En este caso, no recuerdo ningún detalle físico del chofer, ni manifestación de algún carácter en particular, simplemente quise leerle la cabeza, de nuevo, a un alma en desdén porque estaba aburrido y los dos datos más relevantes que saqué fueron; era comunista e hincha de Independiente.

Automáticamente supe que, de entre tantos temas tan preponderantes para el momento, de política no podría hablar, porque los comunistas de política no saben nada y es más factible que sepan más de teatro, sin embargo, yo de teatro no sé nada, yo sé de fútbol.

—Claro, supongo que en tu caso ya sabés a quien votar—, le dije.

—Nah, qué se yo—, dijo. Já.

Podría haberme reído pero no tenía ganas de alimentar una semilla latente de discusión política, además ya tenía suficiente siendo comunista e hincha de Independiente, contra el cual yo no tengo nada, pero tampoco venía bien, porque estaba ascendido hace casi dos años y saltaba de técnico en técnico para hacer pie en la Primera División.

—Estoy cansado de que nos quieran cagar, hasta en la B nos tiraban mierda y desde el club no saben qué carajo hacer—, me decía, y tenía razón.

Como dije, yo siempre fui de Boca, mas el deseo de complementarme con su desdicha hizo que desde lo más profundo de mi corazón futbolero le diga:

—Y sí, yo también se lo que se siente...

Me preguntó de qué cuadro era, y de nuevo, no lo contuve:

—Yo soy de Central.

—¡Uy cómo los cagaron a ustedes!—, me dijo eufórico.

Volví a comprobar, entonces, que los hombres faltos de empatía son hombres sin compañía en sus pensamientos. Digo hombres, porque por años se les vendió el verso inútil de la fortaleza y la prosperidad , que desatender sus impresiones sobre el mundo superponiendo la responsabilidad por sobre todas las cosas estaba bien, cuando en realidad logró nada más que incontables generaciones de hombres toscos, crueles o sin expresión de sus sentimientos. Este pobre remisero, probablemente no era la excepción.

Quiero decir, de la misma manera que el hombre moderno no tenga la culpa de haber sido criado históricamente bajo esos dogmas de represión, sin nombrar que tampoco es culpable de que algo tan fantástico como el fútbol llegara a la humanidad convirtiéndose en lo más pasional del planeta ¿por qué sí tendría la culpa de, encima, haber nacido hincha de equipos como Independiente, de Central o de Boca?

No es justo. Mi empatía, aunque con un desenlace falso, seguía siendo justificada.

El remisero siguió contándome cosas sobre Independiente, de Bochini, de las Copas Libertadores, de Usuriaga, de las gambetas del Kun y de los bailes a Racing. Yo lo escuchaba. Asentía. De vez en cuando me giraba la cabeza, hacía énfasis en una anécdota, le sonreía y seguía escuchando. Rosario Central no tenía nada que ver en la historia con Independiente pero, por algún motivo, tiraba comentarios como «¿Ustedes? Ustedes son los más grandes de Rosario», «Coudet es tremendo», «Si el fútbol fuese justo ustedes serían campeones de América».

Para el final del viaje, el semblante del remisero había cambiado completamente y nos despedimos deseándonos buena suerte para el próximo campeonato.

Es hasta el día de hoy que sigo pensando ¿qué pasará cuando todos los hinchas del fútbol argentino seamos igual de empáticos con el otro de manera desinteresada?