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jueves, 25 de febrero de 2021

Mito cordobés

En el 2006, cuando tenía diez años y recién había terminado cuarto grado en un colegio del interior de Buenos Aires, mi familia decidió que la vida en las zonas rurales de la Provincia era una mierda, y nos mudamos de nuevo para Avellaneda, que no es mi ciudad natal pero es mi hogar. Solamente vivimos aquel año en el interior, hacía menos de un año que nos habíamos mudado y me parecía raro que volviéramos tan pronto a la ciudad.

Con el tiempo llegué a entender el porqué de la odisea, pero era el segundo año consecutivo que me tenía que despedir de los amigos que había hecho y eso me rompía las pelotas, más sabiendo que había sido un año del orto, no tanto por la mudanza o por lo que me costó aprobar todas materias, sino porque Messi había ganado la Champions con el Barcelona de Ronaldinho y quería caprichosamente que también salga Campeón del Mundo con Argentina, pero perdimos contra Alemania por penales en Cuartos, y Messi no jugó ni un minuto de ese partido.

Mi vieja se dio cuenta de lo amargado que estaba y, para alejarme del quilombo de la mudanza, le pidió a mis abuelos que me llevaran con ellos a sus vacaciones en Córdoba. Medio de mala gana, aceptaron. Me llevaron a un hotel donde abundaban familias recién formadas, nenes de teta, jubilados, parejas lesbianas que decían ser mejores amigas para evitar la homofobia, plagas de saltamontes, agua turbia y el plantel de reserva de Talleres. Todo me llamaba la atención con facilidad, porque era la primera vez que salía de Buenos Aires y, para un pibe de familia conservadora, eso ya era mucho, pero más me inquietaban dos cosas: que los cordobeses hablaran estirando las vocales, diciendo "culiao" a cada rato; y que al lado de cada Coca-Cola siempre haya una botella de Fernet acompañándola.

No le di muchas vueltas al asunto y acepté esos factores comunes del ciudadano promedio cordobés que mezcla dos bebidas muy diferentes entre sí y que, para referirse a alguien, le recuerdan que tiene el culo roto.

Pasaron muchos años y recién a los diecisiete probé el Fernet por primera vez. Solo. Sin Coca. Porque me habían hecho una joda diciéndome que se tomaba puro y me la creí. Pero cuando cumplí diecinueve, y mi primera relación estable terminó, empecé una vida nocturna y borracha porque era medio estúpido y pensaba que así se curaba más rápido la herida del primer amor fallido, pero ya sabía que el Fernet se tomaba con Coca y que era rico pero peligroso, porque la gaseosa disimulaba la graduación alcohólica del Fernet y te ponía en pedo paulatinamente sin que te dieras cuenta.

Experimenté todas las facetas de la ingesta del Fernet Branca, me jactaba de ser un buen alquimista de semejante cóctel, y con razón, porque siempre me salía muy rico. Pero a pesar de disfrutar varias noches tomándolo y preparándolo como un crack, había algo que todavía no me cerraba sobre la bebida: el porqué.

De vez en cuando me preguntaba de dónde había salido la brillante idea de cruzar una bebida alcohólica amarga como un hincha de Gimnasia, con una bebida más bien dulce, gasificada y envasada en plástico. ¿Quién habrá sido el lúcido responsable de prepararlo? ¿Bajo qué circunstancia? ¿Cuál habrá sido la primer onomatopeya que alguien soltó después de dar primer sorbo? ¿Por qué?

Como si fuese por arte de la ley de atracción, una noche de mis veintiún años me junté a tomar algo con amigos y conocidos de una novia de aquel momento, pero entre los invitados resaltaba uno; un cordobés.

Lo pude distinguir al toque por como hablaba, porque eso los distingue muy fácil de entre otros argentinos. Estaba sentado, hablando con otra chica, fumando un cigarrillo y tomando Fernet con Coca en una botella de plástico cortada al medio, con mucho hielo y un poco de espuma.

Eventualmente nos sentamos cerca de él, hablamos de varias cosas poco interesantes hasta que me pasó la botella cortada para que tome, y le dije que estaba riquísimo.

Es que soy cordobés—, me dijo.

Creí entender lo que me estaba queriendo decir, pero igual le pedí que me explique.

El Fernet es cordobés.

Tenía sentido, porque recordaba que en Córdoba todo el mundo tomaba Fernet, a la luz del día o caída la noche. Entonces vi la oportunidad perfecta: un cordobés al lado mío, con un Fernet riquísimo, apropiándose del origen del Fernet, con una sonrisa y notable alegría al decirlo... tenía que preguntarle el porqué del Fernet, porque yo sabía que él lo sabía.

Pero... ¿por qué es cordobés?—, le pregunté.
Porque el primer Fernet con Coca se preparó allá— me dijo.
¿Y cómo sabes eso?.

El cordobés hizo un gesto con las cejas hacia arriba mientras se acomodaba en su silla, como si se preparase para decir algo importante, y empezó a recitar.

Según el, en Córdoba se manejan diferentes hipótesis sobre «el primer Fernet», porque en realidad ni ellos saben quien fue su inventor o cuando fue inventado, lo único que saben es que fue en Córdoba y punto. Pero la más famosa databa los años setenta: 

La teoría era que el cóctel había nacido en las canchas del fútbol cordobés, cuando los jugadores terminaban un partido y se refrescaban en bares aledaños con Vermut, vino de damajuana con soda o diferentes gaseosas. En algún momento, todo el alcohol de un bar se acabó, al dueño del bar le quedó únicamente una botella de Fernet Vittone y la distribuyó en partes iguales en vasos con Coca-Cola, para que alcance para todos.

El cordobés decía que esa teoría era buena, que el tinte "accidental" le daba folklore al asunto y que hasta sería capaz de creérsela al pie de la letra, de no ser por otra historia que conocía de primera mano.

Él tenía un amigo de la infancia, Tadeo, de Cosquín y de una familia que nunca fue pobre pero que tampoco gozó de lujos, tenía a su abuelo al que llamaban «Don Cáceres»siendo él el protagonista de la historia que estaba a punto de contarme.

A sus dieciocho años, en 1945, Don Cáceres trabajaba en una fábrica industrial de calzado en Córdoba Capital con sus dos hermanos y un amigo. Todos los días salía de trabajar y se juntaba con ellos a tomar Coca-Cola cerca de la primer planta de la marca en el país. Pero un día, uno de los hermanos de Don Cáceres contó que un compañero de él haría su despedida de soltero en su casa, en Villa Carlos Paz, que si querían ir serían bien recibidos. Todos aceptaron y, como no querían caer con las manos vacías, pusieron unos pesos entre los cuatro y compraron varias botellas de Coca-Cola para llevarlas en la camioneta.

Cuando llegaron al centro, su compañero de trabajo, que los esperaba, se quiso morir de la vergüenza, porque a su despedida de soltero asistirían invitados muy pudientes y pulcros, pero Don Cáceres y su junta, que estaban todos sudados y zaparrastrosos, le pidieron calma y disimularon lo desprolijo metiéndose camisa adentro del pantalón. Pero cuando entraron a la casa, todo el mundo estaba vestido con saco y corbata y, para colmo, estaban los Ulloa de Celman. Los dueños de la fábrica donde trabajaban.

Sorpresivamente para todos, la cena salió muy bien. Los Ulloa de Celman nunca se enteraron que los desarreglados eran empleados suyos, el anfitrión de la despedida de soltero estaba más tranquilo y, con el tiempo, todos los invitados empezaron a pasarse de copas, se terminaron todo el vino y solo quedaban las botellas de Coca-Cola que Don Cáceres y sus compañeros habían traído.

Los demás invitados empezaron a reírse y burlarse:

—¡Pero con esto no mareamos ni a Perón, muchachos!.

Casi todos se levantaron y se fueron a un rincón del patio a fumar, en la mesa nomás se quedaron Don Cáceres y su gente, el anfitrión de la casa y el menor de los Ulloa de Celman, que hablaba con ellos.

Don Cáceres empezó a sentirse incómodo, porque se había esforzado para comprar esas botellas de Coca-Cola, y ahora nadie se las quería tomar. Pero el menor de los Ulloa de Celman, Vicente, se disculpó por sus hermanos altaneros, les pidió que no se enojen y que, si querían, compartía unas botellas con ellos.

Abrieron cinco botellas, cada uno con la suya. Al principio nadie decía nada, pero el sabor dulce de la Coca-Cola les arruinaba el paladar amargo degustado con vino tinto. Así que Vicente, inesperadamente bondadoso, dijo:

—Ya sé, vos 'perate acá.

Los que quedaron en la mesa se miraron sin entender mucho y voltearon hacia Vicente, que traía en las manos una botella de Fernet Branca. Don Cáceres, confundido, le preguntó:

—¿Y eso que es, Vicente?—, preguntó Don Cáceres confundido.

Vicente tampoco estaba seguro de que una bebida digestiva como el Fernet Branca pudiera asimilar el sabor amargo del vino tinto, pero pensó que era la solución más rápida.

Como las copas de vino estaban usadas y las Coca-Cola se tomaban del pico, Vicente vació un jarrón de agua que estaba sobre la mesa, sirvió un poco de Fernet Branca y, arriba, vertió el contenido de todas las botellas de gaseosa que estaban ahí. Todos tomaron del jarrón, no se sirvieron en un vaso o en una copa.

Un grupo de trabajadores humildes y uno de los dueños de la fábrica donde trabajaban, estaban compartiendo un jarrón con dos bebidas completamente diferentes una de la otra, sin ningún tapujo, ninguna vergüenza clasista ni pudor de nada. Entre los seis, vaciaron el jarrón en no más de quince minutos.

Al rato, los demás que se habían ido a fumar, volvieron a la mesa y vieron al grupete de seis flacos, sentados, mirando el jarrón vacío, callados.

Les preguntaron si estaban bien, si les pasaba algo, pero ninguno dijo nada.

Cuando ya estaba por amanecer, varios invitados se empezaron a ir, los demás hermanos Ulloa de Celman se fueron, dejando a Vicente con Don Cáceres y su gente. Pero hasta el amigo de Don Cáceres, que manejaba la camioneta, le dijo a él y a sus hermanos que ya era tarde, que se tenían que ir. Don Cáceres les dijo a todos que vayan tranquilos, que mañana volvía caminando.

El anfitrión de la despedida de soltero, por su parte, se había quedado dormido sentado, en una de las sillas de adentro. De manera que los únicos que quedaron despiertos, fueron Don Cáceres y Vicente.

Éste último, aprovechando la situación, le preguntó a Don Cáceres:

—A vos te quedó otra botella, ¿no?.

 Don Cáceres, que seguía mirando el jarrón, levantó la mirada y le retrucó:

—Sí, ¿vos escondiste el Fernet abajo de la mesa?.

Vicente asintió.

Don Cáceres se escabulló en silencio hasta la heladera, intentando no despertar al anfitrión, para agarrar la última botella de Coca-Cola. Mientras, Vicente hacía lo propio llevándose el jarrón de vidrio a un rincón del patio.

Con los primeros rayos del sol, se sentaron en el pasto, Vicente sirvió un poco de Fernet, Don Cáceres vació la botella entera de Coca-Cola y empezaron a tomar sin cruzar palabra alguna.

De repente, Vicente pregunta:

—A vos te dicen Don Cáceres, pero... ¿Cómo te llamás?.

 Don Cáceres lo mira, y le responde:

—Fernando.