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martes, 29 de agosto de 2017

Patito Gervasio

Cuando todavía estudiaba en la Universidad de Buenos Aires, me hice un grupo de amigos bastante copado, aunque muy extraño. No éramos muchos pero de aquellos que lo integraban, solamente mantuve contacto con una chica que se llama Carolina, la única chica decente y que ya conocía de antes.

Por otro lado estaba Sofía, una recursante que amaba más la joda que el estudio, me acuerdo que un día decidimos ratearnos de la clase de semiología para ir a tomar unas cervezas con el resto del grupo, a ella la cruzamos en la entrada, le propusimos la idea y asintió con una cara de feliz cumpleaños muy característica de ella.

Estaba Micaela, que estudiaba psicología y era la que siempre me hacía acordar de llevar el termo con agua caliente para el mate. Estaba siempre acompañada de Giuliana, una ex compañera de mi colegio, y Braian, quien después sufriría un accidente en moto en el que termino muy delicado. Nunca más supe de él, y Micaela ahora vive en Córdoba.

Por último estaba la anteriormente nombrada Carolina, que mantenía una relación académica con Martina, una chica muy bonita que no se cansaba de compartir anécdotas en cada intervalo, siempre venía con algo nuevo: un día contaba cómo se le cayeron las góndolas de galletitas de su negocio; otro día detallaba sus accidentes en gimnasia artística; a veces nos contaba experiencias amorosas, etcétera... Y un día me contó de cómo conoció a Gervasio.

Gervasio Tarantini era un chico de 20 años, era alto, pelirrojo y demasiado imbécil. Tenía una manera de ser tan torpe que su vida estaba llena de eventos desafortunados causados por su increíble inutilidad. El día que lo conocí me quedé sorprendido al ver a una persona tan incapaz de todo. Pero pobre, me daba mucha lástima verlo así, aunque la verdad era que reconfortaba mucho saber que vos podes ser muy tarado, pero nunca tanto como Gervasio.

Sus amigos le decían "patito", por el famoso dicho del patito criollo. Es que era fascinante, me atrevo a decir, ver como nada le salía:
Si el martes tenía un final de Semiología, él se presentaba a dar Análisis II en el Enspa.
Si jugabamos al chinchón, gritaba ¡Chancho! 
Cuando nos juntábamos a tomar mate y le pedíamos que lleve la yerba y el azúcar, traía orégano y sal gruesa.
Y cuando algo parecía salirle bien, todos los demás nos mirábamos y sabíamos que, en algún momento, Gervasio la iba a cagar: un día se pidió un café, y el muy boludo en vez de traerlo con la mano, lo trajo en una bandeja, caminó entre las mesas del buffet lo más bien, gambeteó a todo el tuburbio de gente como el 10 de Boca y cuando nos mentalizábamos de que por fin algo le iba a salir bien, él se tropezaba con la pata de la silla y el café, la bandeja y él, terminaban desparramados por el suelo.

El pobre patito era tan despistado, tan fuera de sí, que si él fuese inmortal y tuviese cientos de miles de años de edad, yo sospecharía seriamente de si él fue el causante de la crucifixión de Cristo, del hundimiento de Atlántis, de la caída del imperio egipcio o del gol de Götze en el último minuto contra Argentina.

Lo odiaba, pero lo amaba. Porque siempre superaba mis expectativas.

Un día soñé con Gervasio. Soñé que, como otra de sus tantas imbecilidades, generaba un caos masivo en un shopping de Avellaneda. Resulta que patito tenía una hora libre porque había faltado el pelado de biología, y decidió tomar la increíble responsabilidad de ir a tomar un frapuccino de dulce de leche sin cafeína al Alto Avellaneda.

-Por cierto, eso implica cruzar dos semáforos, una barrera de tránsito y dos puertas corredizas, para ustedes suena normal, pero para Gervasio no. Él puede morir en el intento-.

Increíblemente esquivó una guerra nuclear al cruzar la calle, superó la posibilidad de infectar al mundo con ébola al sentarse y tomar su frapuccino, pudo evitar que haya otro terremoto en Chile al subir las escaleras eléctricas y casi casi activa Skynet al sacar plata del cajero, pero le había salido todo bien hasta ahora. Claro, esto era un sueño, en la vida real esto es imposible.

Pero como Gervasio es sinónimo de catástrofe, mi sueño tomó un volantazo inesperado. Al patito criollo le dieron ganas de hacer pis y, obvio, fue al baño. Abrió la puerta, entró, se puso a leer uno de esos carteles sobre calvicie que ponen arriba del mingitorio y procedió a bajarse la bragueta... Accidentalmente, por supuesto, se le rompió el botón del pantalón y se le cayó adentro del mingitorio, donde el pis de mil hombres al día se escurre hasta llegar al riachuelo.

Gervasio era un pelotudo, pero tenía sentido común, y no se hubiese atrevido nunca en la vida a levantarlo. Así que lo dejó ahí y salió del baño con los pantalones flojos. Y como patito es un imán de mala leche, a la mitad del camino hacia la salida se le bajaron los pantalones y quedó exhibiendo sus calzones de marca Zantino en frente de las carteleras del cine.

Las madres le taparon los ojos a sus hijos, un grupo de ancianas andróginas lo señalaron diciendo -¡Pero qué verguenzaaaa!-, unos adolescentes que pasaban por ahí se cagaron de risa tapándose la boca y dos guardias de seguridad entraron a correrlo.

Gervasio se asustó tanto tanto que salió corriendo con los pantalones abajo llevándose a decenas de personas por delante y empujando a varios más. En un momento Gervasio se cae arriba de un muchacho muy elegante que al ser empujado se cae de espaldas encima de un grupito de chicas que a su vez se tropiezan con otras personas del alrededor y así sucesivamente hasta generar una avalancha de personas que habían ido ahí para ver el estreno de la nueva película de IT.

Quien iba a pensar que la escalera central del Alto Avellaneda iba a colapsar porque se safó un tornillo de una de las barandas aplastando a cientos de personas. Todo por un botoncito roto.

Después del colapso de la escalera, me desperté. Supongo que me daba mucha pena la estupidez de Gervasio. Me tomé el sueño a la cómica y me preparé para salir y verme con unos amigos.

En el viaje me acordaba del sueño, me acordaba del pobre de Gervasio, ¿qué culpa tenía él de ser tan paparulo?

Llegué al Alto Avellaneda y les conté a mis amigos el sueño, por supuesto que estallaron en carcajadas y se mofaron de Gervasio hasta el cansancio, porque era imposible no reirse o sentir lastima por él. O una o la otra.

Pasamos la tarde, tomamos un café, vimos ropa y antes de irnos quise pasar al baño a lavarme un poco la cara y hacer pis... 

Había un botón de un pantalón en el mingitorio.