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sábado, 13 de enero de 2018

Garota da Paraíba.

El año pasado, más específicamente el 30 de Diciembre, conocí a Bruna.

Bruna es una chica de 21 años, brasileña, trabaja en programación y vive en el norte de su país natal. A Bruna la conocí gracias a una maravilla del 'dating' moderno llamado Tinder. Mi dedicación hacia esa aplicación es casi nula, pero un día decidí entrar simplemente porque estaba aburrido. Y como supe que era muy difícil tener una "chance" de hacer contacto con ella mediante esa aplicación, decidí agregarla a Instagram y dar el primer paso de un chamuyo patético.

Increíblemente la muchacha no hablaba español, mi portugués es muy básico y después de un intercambio de likes en nuestros perfiles, ella se avivó y dijo "I saw you are an english teacher...". En resumen, éramos dos desconocidos, de diferentes partes del mundo hablando una lengua que no es la nuestra y con intenciones románticas. Maravillas del siglo 21.

Cuando la conocí, en aquel hotel de Retiro, la llevé a conocer centros turísticos de Buenos Aires: Palermo, Recoleta, Puerto Madero. Me dí el increíble gusto de hacerla probar el mate, de hablarle del Fernet con Coca e introducirla en dichos como "al toke, perro".

Obviamente, sin perder las intenciones.

Desde el primer momento las cosas fueron un tanto diferentes, nunca había sentido tanto desnivel de costumbres y cultura, tantos escalones por subir con la ineficacia del lenguaje ni mucho menos se me había ocurrido que esa chica de Paraíba me volvería tan loco.

Porque no sólo fue un chamuyo de verano cual estornudo, tampoco fue una chica más y por supuesto que no entra en la categoría de aventura. Fue muy diferente, casi único y, creo yo, irrepetible. Porque en esos días nos dimos cuenta que a veces hay que buscar del otro lado del planeta una gran compañía, y yo la encontré, y creo aún tenerla.

Cuando volvió a Brasil, empezaron los problemas. Miles de malentendidos por el idioma, grandes juicios erróneos hechos hacia el otro, la imposibilidad de tener el tiempo disponible para hablar cuanto queramos, la dificultad para nosotros de vernos de nuevo, la distancia, lo inigualable de la situación y el miedo constante de perdernos.

De hecho hasta hoy siguen esa clase de problemas, en este momento ella debe estar enojada conmigo porque ella piensa que quiero discutir sobre el viaje, porque piensa que la presiono, porque a veces se malentienden las palabras y pensamos cualquier cosa. Porque si bien el amor y el cariño son el único lenguaje universal, todavía no terminamos de encontrarlos plenamente.

Porque somos jóvenes.

Y es por ser jóvenes que yo, específicamente, no quiero soltarla, no voy a soltarla, no por capricho, no por ansioso, sino porque así lo queremos. En la última semana hablamos 4 veces pero sabemos que, si bien no es lo mismo, se puede. Y se puede de verdad, Bruna.

Yo no sé donde terminará esto. Si terminará bien o mal. Si no terminará nunca. O terminará hoy, o mañana, o en Buenos Aires o en Paraíba. Pero lo que sí se es que no quiero que termine.