Traducí a cualquier idioma:

sábado, 31 de diciembre de 2022

Cerrado por fútbol

 Cuando inicié este blog, lo hice porque pensé que sería un lugar más accesible donde pudiera depositar lo que escribía, para no ensuciarme las manos con hojas viejas cuando quería ver cómo lo hacía de chico, para encontrar las diferencias a como lo hago en la actualidad y porque fantaseaba con ser un escritor regular, aunque sin cobrar un centavo y haciéndolo solo por gusto.

Con el pasar de los años no solo no fui regular, sino que últimamente tampoco me estuvo gustando cómo escribía. Pero gracias a eventos que se fueron dando durante parte del año pasado y el comienzo de éste, más o menos me empecé a gustar de nuevo y dije que trataría de ser regular publicando, al menos, un cuento por mes.

Hasta Septiembre estuvo todo bien. Para ese entonces venía muy contento, me sentía productivo y, además, había visto a la Selección Argentina ganando un título otra vez, la Finalissima, y eso para el balance general de mi año es importantísimo. Pero cuando empezó Octubre sentí que no estaba pudiendo desarrollar lo que quería escribir, y no entendía bien por qué. Pensé que era por la angustia que me había generado ver a dos amigos irse a vivir a otro país y todo lo que eso me hacía reflexionar, pero no. Había algo más escondido que me estaba arruinando la inspiración.

Esta es la primera vez que me siento a escribir desde entonces y, después de que mi vida haya cambiado para siempre, quiero que, si les parece, sean testigos del porqué.

Vivo mi vida a través de los Mundiales. Nací en el '96, entre tantos VHS que mi familia tiene de mí, hay uno donde estoy a upa celebrando un gol de la Selección durante el Mundial de Francia 1998. Los primeros recuerdos de juntarme a ver un partido de un Mundial en el colegio son durante Corea del Sur - Japón 2002. Me ilusioné por primera vez viendo a Leo marcando su primer gol en su primer partido en un Mundial en Alemania 2006 y, desde entonces, tuve un sueño que tardó más de treinta y seis años en volver a cumplirse.

Todos los que me conocen o conocieron, aunque sea una vez en su vida, saben lo que significa el fútbol para mí. En mis mejores historias hay fútbol de por medio, aún desde antes que existiera. Es cierto que el argentino nace, vive, muere y reencarna en el fútbol, como si fuera una especie de religión no oficial pero adoptada por todos y todas, pero yo creo que uno de mis propósitos en esta vida, es vivirla a través del fútbol, para que después el fútbol me devuelva, en alguna etapa de esta vida o en alguna otra que tenga por vivir, una parte de la devoción que le dediqué.

El fútbol, exponencialmente a través de los años, pasó de ser un entretenimiento a ser el engranaje más nutritivo para encarar mis días, al punto de entender que sin el fútbol no puedo vivir, y fue exactamente así que aprendí mucho de la vida por como aprendí a vivir el fútbol.

Entendía la magnitud de un Mundial, lo importante que es para la gente en Argentina y cuánto siente y exige al destino, universo, a Dios, la naturaleza o alguna fuerza mayor que se cumplan sus expectativas con el fútbol.

Cuando nací, habían pasado diez años desde que Diego ganó el Mundial de México 1986, tres del último título de la Selección y, desde entonces, no volvió a ganar nada importante hasta el 2021. Y ese interín de tantos años de gente infeliz, soporté las peores repercusiones que la insatisfacción futbolera puede causarle a los argentinos.

Durante ese periodo crecí, me hice hincha de Boca, vi a Martín Palermo, mi ídolo, ganar todo, conocí las emociones que una pelota pateada por once tipos arriba de un pedazo de tierra con pasto puede causarle a una persona común y corriente, conocí estadios, mi abuelo me llevó a los potreros para enseñarme a disfrutar del fútbol de verdad más allá de los colores de una camiseta y, también, me enamoré.

Cuando apareció Messi, descubrí dos cosas: que la gente hablaba de él por cómo lo comparaban con Maradona; y que nunca lo había visto tan maravillado a mi abuelo con algo que no fuera Racing o el pueblo donde se crió.

Unos años después, cuando Messi ya era Messi y cuando todos en el país lo criticaban por no cumplir con sus expectativas (porque "no corre", porque "es un pecho frío", porque "no canta el himno", porque "es una falta de respeto que lo comparen con Maradona"), mi abuelo, que me escuchó decir algo negativo sobre Messi a mis doce años, se vio venir el engendro maligno y vanidoso en el que me podría llegar convertir y me dijo:

—No, Messi es el mejor jugador de la historia.

Y me aconsejó que no le haga caso a la gente, que de las cosas que se decían no tenía que creer nada, que de lo que se mostrara creyera la mitad y que averigüe las cosas por mi propia cuenta.

Para ese entonces, Messi había ganado el Mundial Sub-20 del año 2005 y la medalla de oro en los Juegos Olímpicos tres años después, pero a la gente poco le importaba eso, cada vez que llegaba un partido por Eliminatorias encontraban todos los motivos para defenestrarlo. Pero mi abuelo me había dicho algo que desafiaba la realidad de lo que, yo creo, era el 90% del país.

Dos años después, en el 2011, mi abuelo cumplió la promesa que me hizo cuando terminó el Mundial de Sudáfrica 2010 de que «según cómo estuviera mi boletín, me llevaría a ver los partidos de Compañía». Compañía General Buenos Aires de Patricios, es el club del cual mi abuelo era hincha desde chico. En la Segunda División de la liga del Partido de 9 de Julio estaba primero y tenía serias chances de salir campeón. Si mal no recuerdo, fui a ver tres partidos, ganamos uno y perdimos dos, las canchas eran de barro y pasto, la pelota era dura como tronco para carbón, el rango etario de los jugadores iba desde los dieciséis hasta los cincuenta, casi todos fumaban o tomaban una barbaridad y todavía sigo tratando de entender cómo hacían algunos para jugar un partido con semejante panza mantenida a cerveza y milanesas.

—Esto se juega así—, me dijo mi abuelo.

Fueron de los mejores partidos que vi en mi vida. El fútbol que se jugaba no tenía un nivel de primera clase, eso estaba claro, pero nunca había visto un fútbol que se jugase por el simple hecho de ser jugado. Los jugadores también cobraban cierta cantidad de plata, pero era solo los fines semana, cada uno tenía sus responsabilidades y aún así se calzaban los cortos e iban a patear una pelota a otro pueblo simplemente porque un club les había dado el lugar. Todos querían ganar, pero no sé cómo explicarlo, más allá de la bronca que los jugadores tenían por perder o por sentir que no rendían, igual se volvían a su casa con una vida sencilla que continuar al día siguiente.

El fútbol moderno opacó muchas cosas, desde distraer a los jugadores de que hay cosas más importantes que la fama o un número en su cuenta bancaria, hasta de cómo se la trata a la pelota cuando salta al campo de juego. Ya lo dijo Casciari, «nos olvidamos que lo importante era la esponja». 

Cuando volví a Buenos Aires, Messi ya había ganado su tercera Champions League y se estaba por jugar la Copa América en Argentina, pero la Selección quedó eliminada por penales contra Uruguay en Cuartos de Final y, de nuevo, los comentarios y las bardeadas de siempre volvieron a salir por todos lados, pero yo ya estaba cansado.

De igual manera que me había sorprendido escuchar a mi abuelo decir, en su momento, que Messi era el mejor jugador de la historia, con el tiempo llegué a pensar lo mismo y lo empecé a decir abiertamente, desafiando el status quo. Fueron años y años que me tildaron de no saber nada de fútbol, de decirme que yo no podía hablar porque pensaba que Messi era el mejor de todos, de que se me rieran en la cara y me dijeran que «este gordo no sabe nada».

Los años se fueron, mi abuelo se fue, Messi se fue de la Selección y yo por un tiempo sentí que tenía que irme del fútbol. Fue insólito cómo se lo trató, en su país, al mejor jugador del Mundo, a un tipo que siempre sintió el mismo patriotismo que muchos de nosotros, a alguien que dejó todo por ponerse al cielo como camiseta cuando podría haber sido campeón del Mundo y bicampeón de Europa con la Selección del país que todo le dio.

Después de tantas cosas, de tantos aprendizajes que me dejó el fútbol, pensé que nunca llegaría. Afortunadamente somos contemporáneos a la mejor versión que el fútbol decidió regalarnos a nosotros, los mortales. Etendí que, siendo campeones de América hace un año, Messi y la Selección ya no le debían nada a nadie, de hecho para mí era más que suficiente, pensé que aquel sueño estaba bien que no se cumpliera, porque el verdadero premio era y es la perseverancia que no solo Leo tuvo para sacarnos campeones después de veintiocho años, sino también la de nosotros, los que según Galeano somos «mendigos del buen fútbol», los que lo bancamos cuando su dolor también era el nuestro.

Pero a pesar de entender que Messi y la Selección no me debían nada, a pesar de no esperar ningún resultado bueno o malo para el Mundial de Qatar que se jugó este año, a pesar de haberme prometido que éste iba a ser el primer Mundial que disfrutaría desde el principio hasta el final, la ansiedad me pudo.

A la primer señal de ansiedad que tuve me acordé, por alguna razón, que tenía un libro de Galeano, "Cerrado por fútbol". Me pareció loco que el título de ese libro me hubiese respondido, aún sin leerlo, el porqué de mi falta de inspiración, porque así estaba literalmente. Lo empecé a leer antes de que iniciara el Mundial de Qatar y automáticamente pensé:

—¿Y si este es el libro de la Copa?

Este es el momento en que las palabras salen sin filtro de pasión.

Sinceramente, no puedo creer cómo se nos dio, no puedo creer lo que me generó. Empecé este Mundial con la peor de mis incertidumbres porque, como dije, fue el primer Mundial que disfruté realmente, a pesar de los sufrimientos posteriores, por el simple hecho de ver fútbol, por entender que sería el último Mundial de Messi. Es mentira cuando los periodistas o los agrandados dicen que «sabían que éste era nuestro Mundial». Las pelotas.

La gran mayoría de los que estaban "a muerte" con La Scaloneta fueron los primeros que le fallaron cuando perdimos el partido inicial, los primeros que dijeron «nos ganó Arabia Saudita, ¿Qué vamos a hacer contra Alemania, contra España o contra Francia? ¡¿Me estás cargando?!».

Estoy seguro de que este no era nuestro Mundial porque tuvimos que empezar de cero, porque tuvimos adversidades que superar, porque tuvimos que adaptarnos, desde el principio, a la idea de que nos podíamos quedar afuera incluso cuando todavía teníamos posibilidades de pasar de ronda. Tuvimos que hacer nuestro este Mundial a puro pulmón porque las Selecciones por las que nadie daba dos mangos le ganaron partidos épicos a equipos de primerísimo nivel, tuvimos que aprender a ser firmes porque a pesar de pegarle tremendo paseo a Países Bajos casi nos quedamos afuera por dos pelotazos de mierda, tuvimos que hacerlo nuestro Mundial con trabajo y sudor porque cuando pensamos que habíamos aprendido a asegurar un resultado goleando al último subcampeón Mundial, llegamos a pasar por arriba al último campeón del Mundo que hizo que, de nuevo, en dos jugadas nos empataran un partido aseguradísimo.

Los medios periodísticos y publicitarios, las redes sociales y mucha gente con tiempo libre, se encargaron de hablar de "coincidencias". No existen las coincidencias, muchachos.

El 18 de Diciembre del 2022 es una fecha que no vamos a olvidar, porque se cumplió el sueño que muchos tenían desde hace más de treinta y seis años, porque pasó algo que tantos jóvenes y muchos que ya no están querían volver a vivir, porque todo, absolutamente todo, pasó a estar en un segundo plano.

Quiero que esta coronación de gloria sea un laurel eterno que supimos conseguir, pero que no juremos morir con esta gloria. Uno es más grande cuando comparte su grandeza, y hay muchas cosas que puedo compartir con los argentinos y argentinas con quienes hoy somos campeones del Mundo. Pero, me parece a mí, las cosas que viví por el fútbol y desde el fútbol, las cosas que me dolieron y las que soporté hasta disfrutar de esta grandeza, solo las puedo compartir con otras cuatro personas: con Leo, el motivo de que mi amor por el fútbol sea incondicional; con mi abuelo, porque me enseño lo sano del fútbol; con Scaloni, porque para ser campeones del Mundo tuvo que llegar a dirigirnos un pueblerino del barro e hincha del fútbol, como mi abuelo y yo; y con mi vieja, porque cuando me fui a caminar doce kilómetros, desde Domínico hasta el Obelisco, le dije que no volvía.

Y fue cierto, porque el hijo que volvió no fue el mismo que el que salió ese día para quedarse a vivir en la gloria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué pensás?