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jueves, 22 de septiembre de 2022

Antología de cómo endulzar a Choferes de Transporte - Oficina de Migraciones

 En el artículo N°20 de la Constitución Argentina se expresa, en materia de legislación migratoria, que "Los extranjeros gozan en el territorio de la Nación de todos los derechos civiles del ciudadano; pueden ejercer su industria, comercio y profesión (...). No están obligados a admitir la ciudadanía, ni a pagar contribuciones forzosas extraordinarias".

Desde 1876 que los extranjeros tienen la vía libre de estar en Argentina para hacer lo que se les cante, como lo establece el folklore de integridad latinoamericana, y es gracias a Nicolás Avellaneda que este relato tiene sentido.

A mí me gusta mucho relacionarme con extranjeros, no por fetiche o por elegirlos por sobre los argentinos, sino porque es inevitable que los extranjeros tengan, mayormente, vivencias diferentes, experiencias diferentes que contar en relación a los argentinos en Argentina, y me parece lo más nutritivo y beneficioso para las mentes locales.

Estudié con extranjeros, trabajé con extranjeros, tuve citas con extranjeros, salí de joda con extranjeros y, fundamentalmente, viajé con extranjeros, con la gran particularidad de que eran ellos quien me tuvieron a mí de pasajero.

Yo sigo intentando descubrir qué cosa peculiar tendrán los choferes de transporte como para permitirse arruinarse al frente de un volante por horas porque, insisto, trasciende de la disciplina de laburar o de necesitar dinero. Es casi como una adicción que todavía no encuentra refugio en el abordaje de los tratamientos psicológicos. No existe un "choferes anónimos" o terapias conductuales especializadas en "personas con trastorno chofer-esquizoide", pero con el tiempo me di cuenta de que éste tipo de choferes, los extranjeros, son diferentes. De alguna forma, manejaban otro tipo de estrés, otra índole de adrenalina que los hacía entender, al instante en que se subían al vehículo, que todo era pasajero, efímero, momentáneo.

  • De los casos que más recuerdo, está el de un señor mayor que venía de Honduras, manejaba desde hace mucho pero hacía un año que lo hacía en Buenos Aires. De la forma más amable y amorosa, me contaba a mí y a quienes me acompañaban que se vino acá por sus hijas, para no tenerlas lejos, y que manejando el auto de una de ellas los fines de semana podía tener algo que hacer para sentirse productivo.
  • Me acuerdo de otro muchacho de Colombia, que había invertido sus ahorros en comprarse un auto que, si bien todavía estaba pagando, le daba la posibilidad de vivir a él y a su pareja, ambos recién llegados.
  • O de un flaco de Ecuador, de mi edad, que cuando llegó el Uber y me subí, vi que manejaba con su hermana en el asiento trasero porque no tenía con quién dejarla mientras trabajaba.
  • De un argentino, igual de joven, que manejaba para Cabify los sábados porque estaba casado y perdidamente enamorado de una uruguaya por la cual se rompía el lomo para terminar la casa que se estaban haciendo.
  • Y hasta recuerdo a un venezolano, que llevaba muchos años acá y que, cuando le pregunté si se ganaba bien como conductor de aplicaciones de viajes, me dijo que "cuesta, como todo, pero allá cuesta más".
  • El caso que más me hizo reflexionar fue el de un uruguayo, pero no acá sino en Montevideo, siendo yo el extranjero. Mientras intentaba sacarle lengua para que vomite sus emociones, lo noté igual de insulso y afligido que los choferes argentinos en Argentina, y me hablaba de la campaña de Peñarol y desvalorizaba el rendimiento de Luís Suárez, recién llegado a Nacional, diciendo que "metió dos goles nomás" mientras hacía el número con la mano en un gesto no tan sorprendentemente sobrador. Entonces noté que mi teoría estaba confirmada: los choferes de transporte, si bien son infelices, menos infelices son cuando son choferes en otro país.
  • Incluso me acuerdo de un piloto de avión chileno, que cuando partió desde Aeroparque saludó a sus pasajeros con un cordial saludo presentándose con notable tono de entusiasmo, pero que cuando el avión encajó en el tunel del aeropuerto de Santiago de Chile y todos nos estábamos bajando, el piloto estaba en la puerta de la cabina con una insuperable cara de orto. Sigo dudando de si estaba cansado por el viaje, o si simplemente se transformó en un chofer de avión infeliz apenas ingresó en su espacio aéreo chileno.

Qué se yo. Con el tiempo supe que no había motivo para sentirme culpable de imputar a los choferes con mi inagotable y desinteresada empatía con tal de hacer de su infelicidad algo más recreativo, pero por primera vez sentí, con éstos conductores extranjeros y motivos extranjeros, que no me necesitaban tanto.

Solamente hay dos cosas que tengo muy en claro: por un lado, si la Constitución exime a los extranjeros de pagar contribuciones forzosas extraordinarias, yo, aunque bienintencionado, debería estar preso o al menos multado por incitarlos al esfuerzo de escupir sus emociones, por mucho que los haya ayudado; y por otro, que si algún día manejo y tengo que sumergirme en las cotidianidades de ser un conductor amargado (transporte pasajeros o no) sin nada más que experimentar que picos de estrés y obligadas costumbres, tendría muy en claro que precauciones tomar. Total, tampoco me gusta tanto manejar.

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