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martes, 13 de enero de 2015

Como adiestrar un humano.

A veces, el ser humano tiene que darse mil y una pausas para poder concretar la manifestación de una opinión de manera tal que no quede en ridículo al momento de abrir la boca. Los seres humanos somos así. Y la desventaja de que seamos así, es que sólo aplicamos esta norma a los que integren nuestra misma especie, es decir, la aplicamos (o la mayoría de las normas, corrigiéndome) a los humanos, y nada más.

Yo no me dí cuenta de esto hasta el día en que me encariñé con Gokú (no hablo del héroe del animé japonés, precisamente).
Gokú es un perro. Es mi perro. Que eso quede claro.

El día de Agosto del 2012 fue cuando llegó a casa y fue un hecho sorpresa que, inocentemente, añoraba hace años, y bien que tenía cómo justificarlo. Mis últimos recuerdos de haber tenido un perro, fueron: 
  • Una perrita, cuyo nombre no recuerdo, pero la amaba. Tuvimos que dejarla en un refugio para perros, porque nos volvíamos a Buenos Aires.
  • Dexter, un hermoso cachorro de boxer que hizo de nuestra casa un baño, y mis viejos decidieron darlo en adopción, ya que al ser demasiado hiperactivo, podría lastimar a mi hermana, quién estaba en camino.
  • Freddy, el cocker que se dió cuenta que yo estaba por nacer, el que se quedaba debajo de mi 'cochecito', cuidándome y haciéndome compañía. Falleció de viejo.
  • Camila, una petisa. Cuando yo tenía dos años, la agarraba del rabo y la paseaba por la casa cuando me preguntaban donde estaba.

Gokú era el nuevo y delicado manojo de lana que se dormía en los brazos de quien lo agarrase. 


Con el tiempo en marcha, lo vi crecer y formarse como un perro que se respeta, por más que constase con un tamaño de porquería. Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la norma que recalqué?


Cuando empezaba a cometer sus primeras macanas, le perdonamos regaños muchas veces, y otras no, justamente porque se lo trataba como un perro que debía ser adiestrado, o por lo menos eso nos dictaba nuestra naturaleza humana.

Por haberlo diferenciado de nosotros, hoy día hace lo que quiere con lo que quiere: mea una pata de mi cama, agarra el papel higiénico del tacho o ladra cada vez que se cierra una puerta.
Él, en su instinto, construyó la manera de tratar de decírnoslo, de hacernos dar cuenta de nuestro juicio, de pedirnos que cambiemos. Pero él no te rasguñaba la botamanga del jean y te lloraba pidiéndote una sobra, él no se ponía violento con alguien, él era más humilde y respetado. Él le hacía frente a los perros gigantes de la cuadra de una manera tal que estos pensaban que el pequeño quería jugar, pero en realidad se los quería comer con cubiertos de vidrio, se quedaba en la puerta de mi pieza esperando mi salida para verme, únicamente, él le hacía fiesta bípeda al estilo carnaval carioca a quién atravesase la puerta de entrada, él te pedía su comida en la boca, sino no comía hasta dentro de una hora...

Suena absurdo para el lector que piense que son procederes propios de un perro, pero yo lo siento muy diferente. Y a partir de estos procederes, empecé a tratarlo indiferente a mí. Hoy día soy el único de la casa que entabla conversaciones con Gokú, también soy el único que juega con él como si jugara con... mi hermano, soy el único que lo hace enojar a propósito, de la misma manera que hago enojar a aquellos de mi especie.


Con el tiempo, a mi cariño por el mundo animal, le sumé el trato indiferente a todas las especies que lo conformen. Con el tiempo me realicé de que, en cierta forma, vos sos el que lleva la chapita alrededor del cuello con tu nombre, dirección y número telefónico grabado, porque si se pierde nuestro compañero (nuestro perro), los perdidos somos nosotros.



Ve mucho más que blanco y negro.
Photo taken by Franco Emanuel. All rights reserved © 

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