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sábado, 8 de abril de 2017

Hodray

En los más oscuros y mediocres suburbios de la ciudad de Bangkok, Tailandia, comenzó la más cruel y sanguinaria historia de toda Asia, continente donde este tipo de historias solían abundar en tiempos pasados. Tiempos en los que la percepción de honor, lealtad y nobleza eran irónicamente relacionados con los actos más inhumanos que jamás se hayan podido escuchar.

De padres turcos, Khal Wood es un niño nacido en la brutal pobreza de Tailandia, prejuiciada de ser una nación bellísima obviando las feroces fauces de su miseria social.

Bangkok, además de ser una ciudad de un capital que supo hacer maravillas a sus alrededores, es cuna de una mafia que supo controlar cada extremo de la ciudad.

Los padres de Khal llegaron a Bangkok con el objetivo de mejorar la situación económica que habían arrastrado por varios años en Turquía, dueños de un pequeño negocio dentro de su villa, vendían artículos de limpieza de baja gama para sus vecinos. Un día, un grupo de secuaces del más poderoso mafioso del país, llegaron al negocio de los padres de Khal a pedir impuestos, impuestos que reclamaban y aumentaban diariamente.


Los padres de Khal, día tras día trabajaban sangre y sudor para pagar estos impuestos, hasta que no pudieron pagar más.
Los mafiosos llegaron al día siguiente a reclamar la paga, y los padres de Khal, humildes, intentaron explicarles que no tenían más dinero, que tuvieron que sacar de sus ahorros para pagar la última vez. Los mafiosos destrozaron el negocio hasta darlo vuelta sin encontrar un sólo centavo ni nada por lo qué cobrar la paga. 

Ante esto y en respuesta, la madre de Khal fue amordazada, golpeada y violada delante de él y su padre, a quien asesinarían a sangre fría, e insatisfechos, se llevaron a Khal, para no devolverlo nunca más.

A la edad de 16, Khal, ahora llamado Hodray, era un salvaje crecido en la oscuridad de Bangkok, un ladrón y un asesino obligado a actuar dentro del inmenso mundo de la mafia asiática.

Hodray nunca más vio a su madre, nunca volvió a su pueblo natal, jamás recibió cariño. En la mafia tailandesa aprendió los significados de encierro, soledad y castigo, soportando noches frías y el estómago vacío.
Cansado de esto, sin más que un pantalón usado y la marca de la mafia en su cuello, huyó a Malasia para librarse como sea de aquella crueldad, viviendo de la indigencia y alimentado por la calle, donde conoció a Takh.

Takh, un anciano nacido también en Tailandia y exiliado al país vecino, era un ciudadano de clase media, había sido maestro durante toda su vida, y fue quien le dio refugio y comida a Hodray por un tiempo.

Desconfiado pero inocente, Hodray nunca reveló sus orígenes al viejo, pero sí le contó de su dolorosa experiencia en Bangkok. El viejo Takh, conmovido, le dijo que no permitiría que esto le ocurriera de nuevo, que nunca más estaría indefenso. El arte marcial tailandesa, muay thai, era mundialmente conocida por sus métodos, el estado físico que daba a sus practicantes, y la variabilidad en las técnicas que proporcionaba, y Hodray las aprendería de Takh.

Las intenciones del viejo eran buenas, pero el corazón de Hodray estaba lleno de dolor, oscuridad y sed de venganza, él no quería otra cosa más que obtener sangre de quienes se la habían quitado a la fuerza, por más que lo intentara, sus ojos no veían más que una oportunidad más de abrir una puerta hacia ese camino plagado de dolor, de sangre.

Al cabo de un año de vivir con el anciano, con todo lo que el muay thai podría haberle dado, con sed de venganza y los ahorros del viejo en el bolso, abandonó la casa sin ningún tipo de despedida ni remordimiento y se marchó a Japón, a Satsuma, hogar de grandes levantamientos armados, hogar de samuráis.

En las calles de Satsuma conoció a Hiro, un íntegro japonés con extensos valores culturales, respetuoso, cordial frente a la actitud de Hodray y muy sabio, tanto que con tan solo mencionarle un nombre y procedencia podía conocer todo acerca de cualquier persona, una virtud que lo hacía temible. Hiro era tan respetado en su aldea que cosa que pedía, cosa que tenía, pero no eran sus valores, su cordialidad o sabiduría lo que imponía respeto y cariño. Hiro era descendiente de un importantísimo clan samurái que defendió tierras japonesas desde tiempos increíblemente remotos, un clan que se creía descontinuado y que, por conveniencia y cultura, se mantuvo en secreto por cientos de años, ya que los Minamoto eran asesinos de profesión.

Hodray supo ganarse la confianza de Hiro de tal manera que reveló su origen, su apellido y su ascendencia, sin antes amenazarlo de muerte. Dado su sabiduría, Hiro supo desde el primer momentos las intenciones de Hodray para con él y qué querría obtener de eso, pero a Hiro no le importó, los objetivos de cada uno no eran de su incumbencia, siempre y cuando no peligren la integridad de Japón, de su familia o de él mismo, en ese orden.

Hiro, como buen samurái del clan Minamoto, respetó la integridad de Hodray y le enseñó todo lo que un samurái debe saber. Reclutó a los mejores, y solo los mejores, en las artes de koppojutsu, jiu-jitsu, kenpo, kyujutsu, kenjutsu, iado, naginata y sojutsu. Hodray estaba entrenado para su defensa con el Muay Thai, pero ahora conocía sobre la defensa del prójimo. El samurái originalmente era protector del emperador, de la autoridad, y como a aquellos pocos miembros entrenados por uno de los últimos Minamoto, el Primer Ministro de Japón requirió de la protección de Hodray.

Fue tanta su suerte, que el propio clan Yamaguchi-gumi, miembros de la mafia Yakuza, organizaron un asalto kamikaze al Primer Ministro una vez llegado a su casa en la ciudad de Tokyo. Hodray había sido criado en la mafia tailandesa y presentía que esa noche no sería una noche tranquila. El Primer Ministro no sabía nada, ni del ataque de los Yakuza ni de la presencia de Hodray, no hasta que ambos se le presentaron. Al filo de la katana, esa noche Hodray asesino, mutiló y despedazó a 36 mafiosos, a cambio de un único error: un balazo en el hombro derecho, una deshonra.

Bañado en sangre, regresó a Satsuma avergonzado por aquel error imperdonable para un samurái, pero había tenido éxito. Hiro se sintió insultado, no le importaron las circunstancias de la masacre que realizó Hodray y mucho menos le importó que él esté arrepentido, y ante la mirada de toda la aldea, lo desterró de Satsuma, sin antes entregarle una katana forjada desde cero e impresa con el sasarindo y su nombre original en japonés (カーン).

Con su paga millonaria por su servicio en Tokyo, su katana y su sed de venganza insaciable, se exilió a China, donde le esperaba un contacto que el propio Hiro le recomendó en privado, como muestra de confianza, antes de marcharse de Japón.

En las afueras de Henan, Fai-Shen, un joven monje shaolin, lo recibió con mirada desafiante y malintencionada, cosa que para nada le gustó a Hodray. El monje, de una manera inusualmente respetuosa, lo insultó a él y a su maestro Haru, desatando la ira de Hodray y atancándolo con lo mejor que tenía y asesinarlo, pero Fai-Shen de un solo golpe en el cuello lo dejó inconsciente.

Al despertar en un templo alejado de la ciudad y sobre unas montañas, Hodray estaba dolorido y, lo que más le causó molestia, su cabeza estaba rapada. Al llegar Fai-Shen a recibirlo con un plato de comida, Hodray lo atacó por la espalda inutilmente, terminando con un brazo a punto de amputación y a manos del monje.

Atemorizado y al ver que no tendría oportunidad ante Fai-Shen, amablemente pidió disculpas por su violencia y se dispuso a hablar con el monje. Él le dijo que sus dichos fueron a propósito, para poner a prueba la cordialidad que le había enseñado Haru, la cual, claramente, no había terminado de desarrollar. Fai-Shen se declaró amigo íntimo de Haru hace varios años y dijo haber estado en contacto con él para recibir a un joven de 20 años que quería saciar su sed de venganza.

Hodray asintió, dio sus motivos y se dispuso al entrenamiento más difícil de su vida, no solo aprendería Kung-fu en su máximo esplendor, sino que entrenaría su interior... o eso dijo el monje.

A la edad de 21 años, Hodray había visto a su padre asesinado, a su madre violada, fue secuestrado por la mafia tailandesa, asesinó gente por órdenes, aprendió muay thai de un anciano, escapó a Japón, se convirtió en Samurái, asesinó a decenas de personas y ahora, estaba en un templo Shaolin para finalizar su entrenamiento, o eso creía.

Hodray no solo aprendió de paz interior, meditación y todas esas cosas de monjes que a él nunca le gustaron, aprendió a asesinar con las manos, con los dedos, con todo su cuerpo, de un solo golpe. Aprendió a moverse por el aire, por el agua, a aprovechar su entorno para todo tipo de situaciones y a relacionarse con él. Al cabo de 5 años y a la edad de 26, estaba entrenado para su único objetivo: volver a Tailandia.

Con mucho dinero, el pelo crecido, una katana envainada a su izquierda, un traje de Armani ajustado al cuerpo y los conocimientos en Muay Thai, múltiples artes marciales japonesas y el más mortal Kung-fu sobre la Tierra, Hodray volvió a Tailandia, a Bangkok.

En Bangkok se hizo pasar por un turista millonario, comió lo que nunca comió de niño y estuvo en los lugares turísticos más deseados de toda la ciudad, para luego meterse en el más oscuro callejón del suburbio tailandés, y solamente esperar.

Al cabo de cinco minutos, un grupo de 10 asaltantes, notablemente mafiosos se le presentaron a Hodray y trataron de robarle hasta sus pantalones. Como era de esperar, Hodray los despedazó, golpe a golpe asesinó a 9 de los 10 mafiosos, y a este último, lo dejó vivir con un brazo menos y con un mensaje:

  • "Avísale a todo Bangkok... que Khal está de vuelta".
Un día después, a plena noche, en la playa más alejada del turismo, Hodray recibió a una multitud de sucios mafiosos armados hasta los dientes y apuntando a su cabeza. Hodray se acercó a la muchedumbre lentamente y, de la manera más deliciosa y voraz que jamás se haya visto, tomó la vida de todos esos mafiosos sin recibir más que baños de sangre de cada vida que arrancaba.
Uno por uno fue cayendo a los pies de Hodray y ahora, su único objetivo era el máximo, William Poms, el hijo de puta que manejaba la mafia tailandesa. William Poms era estadounidense y es el capo de la mafia tailandesa luego de asesinar al anterior capo en una reunión privada. Poms no residía en Bangkok, de hecho Malibú le tenía los mejores palacios reservados, pero una vez al año regresaba a Tailandia para retirar lo que facturaba en redes de prostitución, impuestos y lavado de dinero.

Ese único día, Poms estaba reunido con otros capos del resto del país dividiendo los montos en el Pathumwan Princess Hotel, bastante lujoso para hijos de puta como él.

Sin importarle un carajo las vidas inocentes del hotel, Hodray ingresó por la puerta principal del hotel asesinando al filo de su katana a todo aquel que intentase detenerlo, mafioso o no. En un abrir y cerrar de ojos el hotel se tiñó de un rojo oscuro y de huellas marcadas sobre la misma sangre que él había derramado.
Al llegar al último piso, ahí estaban los capos con sus esposas fumando y contando plata. Asesinó a todos hasta llegar a Poms y su esposa, y es aquí donde empieza su diversión.

Hodray dejó atónito e hizo que se meara en los pantalones a Poms llegando y asesinando a todos en la habitación. Poms no entendía por qué lo había hecho y menos sabía quien era él.
Hodray atravesó su katana en el hombro izquierdo de Poms y empezó a platicarle amablemente sobre su origen y los motivos de por qué estaba a punto de asesinarlo a él y a su esposa.
Le contó sobre aquel día en el que a sus 7 años, vio a su padre ser asesinado a sangre fría y a su madre ser violada por todos los mafiosos en el negocio de sus padres.
Hodray susurró a su oído:

-Vi morir a mi padre por causa tuya, ahora vas a ver morir a tu esposa por causa mía.

Con una suave caricia de su katana grabada con el nombre Khan en japonés, rebanó el cuello de la esposa de Poms empapando en sangre toda su cara con una sonrisa de punta a punta.

Cuando llegó el momento de asesinar a Poms, este tenía un último mensaje para él:

-Supe hacer de tu vida una desgracia, y sabré hacerlo ahora. Acabas de asesinar a tu madre, maldito.

William Poms había mandado a llamar a aquella mujer violada por sus secuaces aquel día, y al pasar de los años, de alguna manera no intencionada de parte de su madre, se casó con ella sin saber que algún día su hijo volvería a tomar cartas en el asunto, menos sabiendo que acabaría así.

Hodray había dado por muerta a su madre una vez que había huído de Tailandia. Nunca más la había vuelto a ver, salvo hoy.
Su corazón estaba saciado, había hecho correr sangre cuanto quiso y cuantas veces quiso, por primera vez pensó estar tranquilo, pero no.

Su impulso de asesinar era tan fuerte que su madre tuvo que cobrarlo inocentemente, y eso no se lo perdonaría nunca. La mafia también lo había llevado a esto y fue por la mafia que terminó en prácticas como esta, pero de lo que él se dio cuenta, fue que amaba hacerlo, amaba asesinar gente por placer o por trabajo, amaba tomar venganza, y nunca dejaría de hacerlo.

El asesino perfecto, insaciable y voraz, ahora tenía un nuevo objetivo: Estados Unidos.

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