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sábado, 1 de abril de 2017

La tarea.

Verán, desde el origen de las primeras criaturas en este planeta, con ellas vinieron mejores cosas que la vida misma o la belleza de la naturaleza de crearla.

Los sentimientos estuvieron de nacimiento, el odio, la angustia, la felicidad, la tristeza, el sufrimiento, el amor, la paciencia. Infinitas tales como las extensiones de las ramas de la Madre Tierra.

Pero junto con ellas, llegaron aquello que las hizo únicas en su estilo, únicas en su experiencia, únicas en sus vivencias próximas. Llegaron las esencias.

Y fueron las esencias las que le dieron una razón y una tarea a cada sentimiento, la razón de estar presentes en cada ser vivo y la tarea de dar testimonio de lo que experimentaban en territorio mortal.

Los sentimientos, en su origen, eran dioses, regían la Tierra antes que cualquier otra cosa, sembraron el planeta con la semilla de la naturaleza para que esta sea su compañera hasta el fin de los tiempos. Los sentimientos eran omnipotentes, omnipresentes e inmortales, más poderosos que los mismos Dioses de religiones del porvenir, con más presencia que el oxígeno mismo y con más vida que el universo existente.

Ellos eran todo, no tenían dependencia, ni obligaciones, ni preocupaciones, sólo estaban destinados a ser. Eso sí, los sentimientos podrían ser muy poderosos, pero sucumbían ante la presencia de las esencias, aquellas que les dieron tareas por primera vez en su vida, después de millones de años de existencia.

Los susodichos podrían haber puesto muchos peros o mismo negarse a cumplir con estas tareas, pero su respeto hacia las esencias era mucho mayor que la ansiedad de costumbre que tuvieron desde el cosmos. Y fue así como tuvieron que arreglárselas para presentar un testimonio, una vivencia de lo que podían experimentar con los mortales.

Susto: En su labor, Susto vivía tranquilo, se relajaba la mayor parte del tiempo en el ser vivo, teniendo el privilegio de ser aquel que solamente se activaba luego de una interrupción repentina. El susto dijo estar cómodo, vanidoso de sus labores, con una vil locura de hacer pasar por un momento no tan grato al ser vivo. El susto, entonces, estaba cómodo.

Culpa: Cuando el ser vivo actuó mal, y lo sabe, la culpa da el presente con su libretita y su lápiz de trazo grueso a dejarle muy en claro a la criatura que se equivocó, la hace sentir imperfecta, la hace (inconscientemente para la criatura) diferente a las cualidades de los mismos sentimientos, los perfectos. Culpa dio a saber que su labor era desagradable, que creía haber llegado al mundo para algo más que para hacer bajar los párpados en culposidad al ser vivo luego de una equivocación, la culpa estaba inconforme, pero orgullosa de ser un sentimiento, justificando su desagrado. La culpa, era republicana.

Desagrado: El encargado de darle al ser vivo una idea de lo que más adelante se transforma en capricho, el encargado de decirle que NO al brócoli. Desagrado era fanfarrón, insulso y cascarrabias. Sabía que era jodido, y eso le molestaba, pero no quería cambiar. Su psicosis era más fuerte que él, y fue por eso que, de mala gana, el desagrado dijo estar indiferente de su tarea, le daba lo mismo. El desagrado, era argentino.

Flojera: La flojera no dio testimonio y fue castigada severamente.

Admiración: Melliza de Euforia. Admiración era radiante, se paseaba por los rincones del ser vivo saltando y cantando, sorprendiéndose con facilidad y agradándose hasta por una esquina vacía. Admiración era sagaz, sabía elegir muy bien al momento de admirar algo, ella no se iba con rodeos, si algo no le gustaba, se lo pasaba a Desagrado, escuchando sus quejas. Dicen los rumores que Admiración nació en París.

Euforia: Mayor que Admiración. Ella era jodida, pero no era mala. Euforia se encargaba de todo aquello que hacía al ser vivo exaltarse ante cosas muy significantes para él. Era la responsable de la rápida sacudida del rabo de un perro, era la sonrisa inocente de un bebé, era un grito de gol. Euforia, era y se sentía magnífica.

Venganza: Malvado y rencoroso. Él no se podía contener, no era su culpa ser como era, no sabía por qué actuaba mal, de hecho, si se daba cuenta que actuaba mal, simplemente actuaba peor intentando remediarlo, volviéndose más peligroso con el pasar de los segundos. Venganza fue el que le quitó la libreta a Culpa y dio origen a la frase "ojo por ojo, diente por diente", dando a luz a Envidia. Él dijo estar "expectante".
Venganza, era incivilizado.

Envidia: La cheta, la que se paseaba de acá para allá con su nuevo corte y zapatos caros, la que se limaba las uñas y te miraba por arriba de sus anteojos cuando la llamabas. Envidia era muy complicada, si algo le gustaba, automáticamente estaba empedernida en conseguirlo, y por no tenerlo, se portaba mal con sus compañeras de curso, insultándolas e iniciando guerras de comida. Envidia nació en Estados Unidos y dijo sentirse "vacía", a pesar de ser popular.

Optimismo: Uno de los más queridos. Optimismo era humilde y daba apoyo al ser vivo. No importaba si le había tocado residir en un ser vivo fracasado o exitoso, él siempre estaba para animarlo a más y más. Calmaba, imponía orden y forzaba gratamente a progresar. Optimismo dijo estar listo para lo que sea, siempre y cuando no lo tiren abajo. Nació en el norte de Brasil.

Indignación: Abogado. Era el mediador entre el bien y el mal de cada uno. No soportaba las injusticias y se bajoneaba cada vez que lo dejaban pagando. Era el responsable que apretaba el botón haciendo que el ser vivo se sienta incómodo e inconforme, y pocas veces los hacía reaccionar. Indignación dijo no estar hecho para semejantes injusticias en este mundo, y que quería volver a su dimensión. Indignación hundía sus labios, miraba para abajo y decía que no con la cabeza.

Tristeza: Se vestía de un azul pálido, sin corpiño ni maquillaje por miedo a que se le corra por las lágrimas. Tristeza era incomparable y única, a veces ayudaba a su manera a descargar a la criatura de sus malos pasares y hacerlos pensar en otra cosa, porque Tristeza se preocupaba por el bienestar de los seres vivos, ya que ella nunca estaba bien del todo. Tristeza, muy valiente, dijo querer seguir ayudando. Tristeza se secaba las lágrimas con un pañuelo áspero fabricado en Medio Oriente.

Felicidad: El príncipe, hermano mayor de Optimismo y conquistador de la mayor parte de la vida de una criatura. Felicidad era ario, de ojos azules, con facciones perfectas, canchero, nacido en el interior y de familia laburante. Felicidad no era muy prolijo, de hecho era medio hippie, pero eso no le impedía ser artista de aquello que más se podía apreciar en un ser vivo: la sonrisa y las muestras de cariño. Felicidad estaba chocho, pocas veces estaba inconforme y no se cansaba de escuchar rock, mucho menos de escuchar a Euforia gritar los goles de Messi. Felicidad era polifuncional, muy querido.

Odio: El pelotudo. El que no sabe hacer otra cosa que enojarse y hacer berrinches o quilombos por todo, sin razón alguna. Odio era el "Tano" Pasman del ser vivo, pero a gran escala. Era que empujaba a Felicidad de su hamaca paraguaya para romperla toda y decirle que se deje de joder, cuando Felicidad estaba durmiendo lo más pancho. Odio era irracional, pero sentía pena en el fondo por ser semejante imbécil. Odio, entonces, estaba enojado por dar testimonio (sobretodo, enojado).

Así, los sentimientos fueron dejando su testimonio anotado en una hoja de papel, arriba del escritorio. Las esencias se sentaron a leer, pero notaron que faltaba uno, el de Amor.

Amor: Cuando el ser vivo no sabe qué carajo le pasa, cuando se equivoca a propósito, cuando actúa como un tonto y toma decisiones fuera de sí, cuando no termina de entender por qué hizo lo que hizo, o por qué erró, cuando el corazón le late tan fuerte que puede ser instructor de beatbox, o mismo cuando no dejas de sonreír como un idiota frente a otro ser vivo que te lo genera, eso era Amor. Amor no tenía forma física, pero era brillante.
No se dejaba ver por nadie, ni por los propios sentimientos, pero estos sabían muy bien cuando Amor entraba en el salón.
Amor no tiene género, o hasta podría serlos todos. Amor es pasional e incondicional, es el más importante de los sentimientos, porque hasta los propios sentimientos lo dicen (algunos escapándose de su labor original).
Amor se acercó a dejar su papel, pero el papel estaba en blanco, limpio, parecía recién fabricado y cuando las esencias lo tocaban, lo sentían liso y, al hacerlo, se sentían bien.


Las esencias no sabían que hacer, pero tampoco pudieron hacer mucho, porque Amor se fue automáticamente del salón después de dejar el papel. Entonces las esencias tomaron una decisión.

Leyeron todos los testimonios detenidamente y se dieron cuenta que su esfuerzo por hacer que los sentimientos digan como se sienten, daba fruto. Porque no sólo supieron de los sentimientos, sino que los sentimientos se convencieron de que sus labores originales eran hechas a su medida, y estaban cómodos allí. Pero de estos sentimientos, había uno que no encajaba: Amor.

Las esencias, muy firmes en su decisión, le exigieron a Amor que se presentase con urgencia en su oficina, y le dieron la tarea más importante de todas: supervisar.
Amor era poderoso e inconsciente, pero no todo lo que hacía lo hacía por despistado, Amor pensaba muy bien antes de actuar (solo que algunas veces cambiaba de parecer a último momento). Amor supervisaría a los demás sentimientos para hacerlos más eficaces y hacer que la criatura sea algo muy similar a lo que eran los sentimientos, algo divino y apreciable.

Fue entonces cuando el mundo cambió.

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